El escritor Stefan Zweig llamó, con razón, al político francés Joseph Fouché el “genio tenebroso” en su biografía de este personaje, que alcanzó un poder insólito bajo el terror jacobino de la Francia revolucionaria y el Imperio. Por orden de Napoleón, orquestó una operación que inspiró a Balzac su novela Un asunto tenebroso y sobre la que el gran novelista francés escribió que “había producido un escándalo insólito en Europa”. Luis Antonio Enrique de Borbón-Condé, duque de Enghien, que fue acusado de participar en un complot contra el futuro emperador, acabó siendo secuestrado en Alemania, llevado a Francia y fusilado en 1804. El alboroto fue tan grande que se atribuye a Fouché la siguiente frase: “Ha sido peor que un crimen, ha sido un error”.
Aquel remoto secuestro encuentra ecos en la actualidad con la orden del dictador bielorruso Alexandr Lukashenko de desviar y forzar el aterrizaje de un avión de Ryanair en la capital del país, Minsk, el pasado domingo, para detener al periodista disidente Roman Protasevich, otro crimen y, seguramente, otro error. “Es un acto escalofriante, que incluye múltiples crímenes: apoderarse de forma ilegal de un avión, secuestro, terrorismo, posiblemente tortura…”, explica desde Londres el jurista Philippe Sands, experto en derechos humanos y autor de Calle Este-Oeste (Anagrama), sobre el nacimiento de la justicia internacional. Preguntado sobre si existen precedentes, responde: “Creo que siempre ha ocurrido, sobre todo en el siglo XX, solo que en nuestra época de manera diferente. La tecnología y los medios de comunicación social son transformadores de esto también, ¿no?”.
Protasevich escribía en un canal opositor de Telegram con dos millones de seguidores, mientras que el periodista saudí Jamal Khashoggi, asesinado y descuartizado en el consulado de su país en Estambul, no solo criticaba a la monarquía saudí desde The Washington Post o la CNN, sino que tenía 1,6 millones de seguidores en Twitter. Antes de la era de las redes sociales, una de las grandes obsesiones de tiranos y mafiosos ha sido perseguir a sus oponentes hasta el fin del mundo. Es famosa la frase que el arrepentido Tommaso Buscetta le espetó al juez Giovanni Falcone antes de que le interrogase: “No olvide que la cuenta que ha abierto con la Cosa Nostra solo se cerrará con su muerte”. Muchos poderosos la suscribirían y, desgraciadamente, no solo los sátrapas: no hay que olvidar que EE UU, bajo el demócrata Barack Obama, impulsó la política de asesinatos selectivos utilizando drones y ordenó matar a Osama Bin Laden en Pakistán. Ni siquiera intentó capturarlo como había hecho Israel en los años sesenta con Adolf Eichmann, uno de los máximos responsables del Holocausto, al que sometió a un proceso que resultó, además, fundamental para conocer cómo se ejecutó la Shoah.
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