Dennis Rodman rompió a llorar durante una entrevista en directo con la CNN en 2018. El motivo era que dos de sus mejores amigos, Donald Trump y Kim Jong-Un, habían puesto fin a sus diferencias. “Sus diferencias”, en este caso, eran la amenaza de destruir Estados Unidos y Corea del Norte con misiles nucleares. El vídeo se viralizó porque es puro Dennis Rodman: esperpento, emociones desbordadas, ebriedad y espectáculo mediático. También es uno de los mayores “os preguntaréis cómo he llegado hasta aquí” de la cultura pop reciente. Aunque tal y como explicó su excompañero en los Chicago Bulls Michael Jordan, lo asombroso no es dónde ha acabado Rodman sino que haya llegado vivo. Hoy, el jugador más famoso de la NBA durante los noventa, cumple 60 años retirado de la vida pública. Ha vivido vidas para varios libros.
Su padre abandonó el hogar cuando Dennis tenía tres años. Se crio con su madre y sus dos hermanas, que solían jugar a vestirlo de niña, ponerle maquillaje y pasearlo en tacones por la calle. Rodman dejaba que sus compañeros le pegasen a diario. Se sentía incapaz de defenderse. Y entonces, como el protagonista de un cuento, creció 30 centímetros a los 18 años.
Con su flamante 2,07 de altura empezó a jugar al baloncesto en un equipo de Oklahoma y, pasados los 20, hizo por fin un primer amigo: Bryne Rich, un niño blanco de 12 años traumatizado por haber matado accidentalmente a su mejor amigo con una escopeta. Aquella historia se contó hasta la saciedad porque encajaba con la idea de conciliación interracial de los Estados Unidos de los ochenta. La familia del chaval, que en una metáfora increíble se apellidaban Rich (rico), adoptaron a Dennis, le dieron un hogar y le hicieron sentir en familia. Dennis les devolvía el favor trabajando de sol a sol en su huerta (generando otro estereotipo involuntario: el servilismo afroamericano) y, cuando el padre se lo llevaba a hacer la compra, Dennis lloraba de alegría. La madre de la familia se tapaba la cara con un periódico cuando iba en el tren con él para que las vecinas no la vieran sentada con un negro de dos metros.
Considerado el mejor reboteador de la historia de la NBA, su entrega física era implacable: a menudo volaba con tanto ímpetu que se salía de la pista y aterrizaba sobre el público, lo cual enloquecía a los fans. “No le tenía miedo a nada ni a nadie”, ensalzaba su entrenador en los Detroit Pistons, Chuck Daly. Rodman pasaba Acción de Gracias, cumpleaños y navidades con Daly, su nueva figura paterna. Las pocas veces que iba a un bar se pedía un vaso de leche. Cuando ganó el título de mejor defensor de la NBA se puso a llorar y el presidente de la federación lo sacó del escenario inmediatamente. “No sabía que no se debe llorar en una situación así”, aclararía él después.
Tras ganar dos títulos de liga, los Pistons perdieron en 1991 y Chuck Daly dimitió del cargo, lo cual empujó a Rodman a una depresión. Se encontraba además en plena batalla legal con su exmujer por la custodia de su hija, nacida en 1987. En febrero de 1993 Rodman se metió en su camioneta y cogió un rifle con la intención de suicidarse. Llegó a descalzarse para apretar el gatillo con el dedo gordo del pie, pero puso la radio y se quedó dormido. “Sí maté al Dennis Rodman que intentaba agradar a todo el mundo”, anunció en su libro.
A finales de año pasó a los San Antonio Spurs. El día antes de su rueda de prensa fue al cine a ver Demolition Man y se obsesionó con su villano, Wesley Snipes, así que se presentó en su debut con los Spurs con una cresta rubia platino. Pasados los 30, el niño introvertido se había convertido en adolescente rebelde.
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