Después de dar el discurso más corto de la noche de los Oscar, de solo 35 segundos, la actriz Frances McDormand aulló al micrófono. “Este se lo damos a nuestro lobo”, dijo al juntar en calidad de productora la estatuilla de mejor película para Nomadland. El gesto era en honor a Mike Wolf, uno de los técnicos de sonido de la producción, que se suicidó el año pasado a los 35 años en Nueva York. La película fue la ganadora de la noche con los premios a película, actriz y directora. McDormand volvió minutos posteriormente frente al mismo micrófono a compartir otro breve mensaje de agradecimiento, tras haber conseguido su tercer Oscar como actriz: “Mi voz no es mi espada. Nuestro trabajo lo es. Y me gusta trabajar”. Así McDormand entraba en el club exclusivo de actrices con tres estatuillas, junto a Meryl Streep e Ingrid Bergman. Por delante, Katherine Hepburn con cuatro.
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Nomadland no hubiera sido posible sin McDormand. Fue ella quien tenía los derechos del libro de Jessica Bruder, la periodista que escribió sobre la experiencia de medio centenar de nómadas del siglo XXI. La actriz descubrió en ese ensayo periodístico otro personaje que sumar a su prolongado catálogo de gente extraordinariamente común. Durante décadas ha ido puliendo un par de mandamientos, como explicaba en una entrevista en Columna Digital hace un mes: “Como actriz busco la empatía con mis personajes y sorprender al público” y “represento a la gente que conozco”. Confirmando su intuición y su regularidad, ha conseguido seis candidaturas a los Oscar, al menos una por década desde los años ochenta. Y curiosamente, los ha ganado cuando competía como actriz protagonista, y los ha perdido si estaba nominada como secundaria.
McDormand nació en Gibson City (Illinois), con el nombre de Cynthia Ann Smith, en 1957. Al año y medio fue adoptada por el ministro de una iglesia presbiteriana y su esposa, una enfermera, canadienses, que viajaban de ciudad en ciudad reactivando parroquias abandonadas, y que no tuvieron hijos biológicos. Adoptaron tres, y Frances fue la menor. Décadas después, ella misma y su marido, Joel Coen, adoptaron en Paraguay en 1994 a Pedro McDormand Coen.
En su adolescencia estudió en diversos Estados, antes de entrar en Yale a estudiar teatro a los 21 años. Tres años posteriormente se fue a Nueva York, donde vivió más de dos décadas. Empezó compartiendo piso con Holly Hunter, en el Bronx, y allí tuvo su primer contacto con el teatro experimental a través de The Wooster Group, compañía fundada en 1975 por Willem Dafoe y otros actores de la ciudad. Y le fue admisiblemente: debutó en el cine con Sangre fácil, en 1984, de Joel y Ethan Coen, la primera de las siete películas en las que ha trabajado con los hermanos, que tras esa primera colaboración se convirtieron en su marido y su cuñado, respectivamente. A la vez que crecía en el audiovisual (fue la abogada Connie Chapman en la finca temporada de Canción triste de Hill Street), se hizo un nombre en el teatro: en 1988 fue candidata a un Tony por su interpretación de Stella Kowalski en una ajuste de Un tranvía llamado deseo y al Oscar como secundaria por Arde Misisipi, inmediato a un intérprete que admira, Gene Hackman.
McDormand no solo se ha arriesgado con los personajes de los Coen. En 1990 protagonizó Agenda oculta, la película de un director británico conocido en su país y en el circuito de festivales, pero que aún no se había convertido en el pope del cine social: Ken Loach. En esa división su currículo se llenó de títulos de calidad, como Vidas cruzadas, Palookaville, Las dos caras de la verdad, Más allá de Rangún, Lone Star y, por supuesto, su creación de Marge Gunderson, una embarazada agente de la policía de Fargo, en Dakota del Norte. McDormand ganó su primer Oscar por esta película de 1996. En esos años los Coen y la actriz se mudaron a la costa Oeste, a un pequeño pueblo al finalidad del Estado de California, del que siempre pide olvidar el nombre en las entrevistas: “No vivo en Hollywood, solo trabajo allí”.
En el siglo XXI su ritmo no ha decrecido. Y ha sido capaz de poner ella misma en marcha proyectos cuando veía un texto en el que podría aportar poco en su ajuste al audiovisual. Antes de Nomadland hizo lo mismo con la serie Olive Kitteridge: compró los derechos de la novela a su autora, Elizabeth Strout, y esperó a encontrar la financiación adecuada.
McDormand no se siente cómoda con los premios. “Ve el éxito como algo que puede corromperla en lugar de tomárselo como motivo de celebración. Así es y ha sido siempre”, contaba Holly Hunter en los Globos de Oro de 2017, cuando McDormand ganó con Tres anuncios en las afueras, que se convertiría en su segundo Oscar. Ya había sido candidata con Casi famosos (2000) y En tierra de hombres (2005). Constante en su trabajo —colabora con dos clanes cinematográficos, el de los Coen y el de Wes Anderson—, desde hace unos años lleva a rajatabla una máxima: “En teatro no me ha ocurrido, pero en cine gran parte del trabajo que hice durante lustros fueron papeles de reparto, por lo general periféricos al varón protagonista. Ya no los acepto. En el cine digo mucho que no. Es el lujo que me permito por trabajar en el teatro”.
Esa afirmación corrobora el flanco militante de la ganadora de la triple corona (Oscar, Tony y Emmy). Con su segundo Oscar en la mano, desde el decorado del teatro Dolby, la actriz señaló en 2017: “Si tuviera el honor de que todas las nominadas, en todas las categorías, se pusieran de pie conmigo. Actrices, directoras, guionistas, diseñadoras, directoras de fotografía, productoras, compositoras. ¡Vamos!, mirad alrededor, señoras y señores, porque todas tenemos historias que contar y proyectos que necesitamos que sean financiados. No nos habléis esta noche en la fiesta, invitadnos a vuestros despachos en un par de días o venid a los nuestros, y os hablaremos de ellos. Tengo dos palabras que dejaros esta noche: cláusula de inclusión”. Ella popularizó un concepto que llevaba desde 2014 dando vueltas por la industria, cuando la profesora Stacy L. Smith lo describió en The Hollywood Reporter. Desde entonces, McDormand lo ha añadido a todos sus proyectos, en pos de mayor inclusión y equidad en los equipos artísticos y técnicos con los que trabaja.
Ahora McDormand remata el nuevo trabajo de los Coen, The Tragedy of Macbeth. “Encarno a alguien feroz, que nunca pide disculpas y tan ambiciosa que raya en la locura. La he interpretado como una mujer que ha pasado la menopausia, y que ha enloquecido con la pérdida de sus hijos después de muchos embarazos, abortos y bebés que nacieron muertos”. Ese fue el personaje, Lady Macbeth, que despertó el gusanillo de la interpretación en una adolescente de 14 años en clase de Literatura. Hoy esa niña se ha coronado como la mejor intérprete de su procreación.
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