La pregunta del libro de texto cayó como un rayo durante la clase en un centro de enseñanza de idiomas en Pekín: “Sin hijos, la vida no tiene tanto sentido. ¿Estás de acuerdo?”. Las seis alumnas ―entre la adolescencia y la treintena, estudiantes y profesionales de clase media― respondieron de manera tan rápida como casi unánime. “¡No, en absoluto!”, replicaron cinco de ellas. Dos se apresuraron a agregar que no deseaban niños. “Quiero independencia económica, mi carrera, mis viajes”, precisó una. Solo la más joven, de 16 años, reconoció que sí veía en su futuro casarse y formar una familia.
Son respuestas típicas, al menos en las ciudades, en China. La prosperidad económica de los últimos años y un aumento del nivel educativo, los altos costes de vida, junto a una evolución de la mentalidad en torno al amor, el matrimonio o la familia, se han sumado a los efectos dejados por décadas de política del hijo único. Como en otras sociedades desarrolladas, casarse y tener hijos ya no representa, para las generaciones chinas más jóvenes, la necesidad o la obligación que pudieron representar para sus padres o sus hermanos mayores. Cada año nacen menos niños: 17,86 millones en 2016, tras el fin de la política del hijo único; 14,65 millones en 2019.
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