En Cádiz había un palacio en el que, de pared a pared, una vieja murillesca interpelaba a una relajada Diana de Tiziano. En el que Santa Rufina de Velázquez se encontraba cara a cara con obras de Ribera, Rubens, Zurbarán o Mengs. La calidad de lo expuesto en la casa del cargador de Indias Sebastián Martínez (Treguajantes, La Rioja, 1747-Murcia, 1800) admiró al mismísimo Francisco de Goya, huésped del rico comerciante y autor de varios cuadros que acabaron en sus salones. Entre las 735 obras que el ilustrado llegó a poseer y que, tras su muerte, se dispersaron por todo el mundo podría figurar incluso el Salvator Mundi, el cuadro más caro de la historia (subastado por 450 millones de dólares en 2017 -380 millones de euros-), atribuido a Leonardo da Vinci o a su taller, según los indicios de la profesora de Historia Moderna de la Universidad de Cádiz, Guadalupe Carrasco, que ha investigado la colección del empresario.
Uno de esos rastros procede de las palabras del historiador y experto en arte Antonio Ponz en su Viage de España, publicado entre 1772 y 1794. Tanto él como Nicolás de la Cruz y Bahamonde, conde de Maule, también coleccionista, hablan —en su caso, en Viage de España, Francia e Italia— de centenares de pinturas, relieves, esculturas, estampas y libros existentes en la casa de Martínez, entre los que se encuentra “un Salvador” de Leonardo da Vinci. “Representa de medio cuerpo al Salvador del mundo, cuya cabeza es de un carácter maravilloso. Se representa con un globo en la mano izquierda y dando la bendición con la derecha”, abunda Ponz.
En la partición testamentaria de Martínez, realizada en Cádiz en 1802 a favor de sus hijas, Josefa y Catalina, se habla de un “Salvador de media figura del tamaño natural valorado en 1.500 reales”, según el documento conservado en el Archivo Provincial. Aunque en esa descripción no se mencione al autor, Carrasco cree que la palabra del historiador Ponz, como especialista en arte que ha hecho posible otros cotejos, y el criterio de Martínez como coleccionista dan suficiente “credibilidad” a la sospecha. “Habitualmente, en el mundo del arte se dice que el Salvator Mundi desapareció a finales del siglo XVII y apareció un siglo después. Pero puede que estuviese en Cádiz”, señala la historiadora.

Otros investigadores, como José Juan Ruiz, por el contrario, muestran cautela. Economista y presidente del Real Instituto Elcano, lleva décadas investigando la colección de Martínez junto a Lesley Crewdson, obsesionado por demostrar el recorrido de las 735 obras que aparecían en el testamento. “La idea es poder trazar dónde y cómo están, pero la descripción de la partición no hace atribuciones”, explica Ruiz. Y con el leonardo la duda es doble porque, si la obra que hoy posee supuestamente el príncipe heredero saudí Mohamed Bin Salmán fue la misma que colgaba de una pared de la casa de Martínez, ni siquiera está claro que realmente pertenezca a Leonardo. Un reciente documental del periodista francés Antonie Vitkine sostenía, a partir de fuentes oficiales, que se había descartado la autoría tras varias investigaciones en el Louvre.

Martínez no fue el único comerciante con América asentado en Cádiz que invirtió su fortuna —en su caso, conseguida con la venta de tejidos y vinos de Jerez— en arte, aunque fue un caso extraordinario. En la ciudad, en los siglos XVII y XVIII, el arte servía como inversión y para labrar la apariencia de hombre acaudalado y poderoso, “capaz de captar negocios”, como apunta Carrasco. El comerciante, liberal, que acabaría siendo tesorero real, no dudó en litigar con la Inquisición cuando esta le investigó por poseer cuadros de dudosa moralidad. Al igual que muchos de sus coetáneos, la fortuna no le sobrevivió demasiado.
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