El veterano pescador –piel curtida, patillas de lobo de mar y melena al viento– dibuja un mapa imaginario en un muro del puerto y dice: “Estamos encajonados en un rincón”. Más tarde, en su casa en el barrio viejo de Granville, municipio de 12.500 habitantes en la costa de Normandía, el pescador Didier Leguelinel, ya jubilado y hoy dirigente pesquero local, despliega el mapa real, una cartografía de líneas rojas, amarillas, azules. “Jersey”, indica, “bloquea todos los horizontes de este rincón”.
Lo que ocurrió el 6 de mayo ante el puerto de Saint-Hélier, capital de Jersey, todavía es motivo de discusión en Granville y en Jersey. ¿Fue una protesta como tantas en Francia? ¿Una escenificación entre reivindicativa y patriotera? ¿O pudo desembocar en algo más grave?
En el puerto de Granville, la geografía nunca fue una asignatura optativa. Quienes salían a faenar sabían, desde tiempos inmemoriales, que toparían pronto con Jersey, la isla dependiente de la Corona británica plantada a unas decenas de millas de la costa francesa, como un portaviones, o un peaje, que bloquea la salida a los océanos. Hace 15 días, los pescadores aprendieron otra lección: la de la geopolítica.
Medio centenar de barcos salieron en la madrugada de aquel jueves de Granville y otros puertos rumbo a Jersey. Unos días antes, Jersey había repartido los permisos para faenar en sus aguas, un sistema nuevo después de que la salida de Reino Unido de la Unión Europea el 1 de enero de 2021 invalidase los acuerdos antiguos.
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