“La Academia acepta el Oscar en su nombre. Gracias”. Con estas escuetas y nada atractivas palabras dichas por el actor Joaquin Phoenix, que entregaba el último galardón de la noche, se cerró el pasado domingo en Los Ángeles la gala de los Oscar menos vista en la historia de los premios. No había nadie para recoger el galardón a Mejor Actor que acababa de recibir Anthony Hopkins (quien en ese momento estaba durmiendo en su casa en Gales a miles de kilómetros, convencido como casi todo el mundo de que el premiado iba a ser Chadwick Boseman a título póstumo). La ceremonia, que por tercer año consecutivo no tenía conductor, terminó de forma abrupta. Sin catarsis ni desenlace.
Los Oscar no son los únicos grandes premios de la industria del entretenimiento que han apostado alguna vez por prescindir de una figura que hile la gala. También los Emmy, los Grammy o los Globos de Oro lo han hecho alguna vez, sobre todo recientemente. La audiencia, por otro lado, se ha desplomado en los últimos años, a mínimos históricos. ¿Es la ausencia de estas figuras un síntoma de la crisis que sufre el formato de las clásicas entregas de premios?
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