La habitación de Elisabeth Mbise tiene una cama con su respectiva mosquitera, algo más de una docena de cubos que lucen desperdigados por el suelo, algunos utensilios para cocinar y una cuerda que la atraviesa por el aire de punta a punta y de la que cuelga toda su ropa. En realidad, esa única habitación es también su hogar y esos bártulos, sus únicas pertenencias. Elisabeth, una mujer de 74 años de la etnia maru, vive en Kisambare, a unos 20 kilómetros de Arusha, en el norte de Tanzania. “Yo veo que, ahora, las cosas están más caras y que la gente tiene menos dinero. Pero, para mí, ha cambiado muy poco. Yo sigo sin tener nada”, lamenta.
Mientras habla, Elisabeth hierve agua en un pequeño hornillo de carbón dentro de su habitación. “Hay días que no como nada, solo bebo té”, dice. Porque, para vivir, Elisabeth depende de sus vecinos, del dinero que le dan por barrer un pequeño rellano común, o de fraccionar y vender en cantidades menores las verduras o sacos de carbón que antes le ha dado alguna amiga, o de la misma caridad. Y la covid-19 lo ha complicado todo pese a que, de manera oficial, Tanzania lleva desde el pasado mes de mayo sin reportar ningún caso positivo. Aunque el expresidente del país, John Magufuli, recientemente fallecido, reconoció a finales de febrero, solo unas semanas antes de morir, que la nación tenía un problema creciente con una enfermedad respiratoria y recomendó a la población usar mascarillas y respetar los protocolos sanitarios.
Hay días que no como nada, solo bebo té
Elisabeth Mbise, 74 años
Elisabeth explica que, además, ella tiene una discapacidad. Una malaria curada con un remedio casero a finales de los años noventa dejó su pierna izquierda muy dañada, lesión que ha empeorado con el paso del tiempo. Ahora, con el pie prácticamente deformado, debe caminar apoyada en un cubo, que arrastra por el suelo para deslizar su cuerpo con él. “Tampoco tengo familia. Mi hermana me echó de casa porque decía que yo era como basura, que no tenía nada. Ahora vivo aquí, sola, y debo pagar de alquiler 15.000 chelines al mes (5,35 euros). Casi nunca tengo suficiente. Una vecina me ayuda a pagarlo algunas veces. Cuando puede”, finaliza.
La nota precedente contiene información del siguiente origen y de nuestra área de redacción.