No deja de ser irónico que haya sido precisamente Kais Said, un profesor de Derecho Constitucional que saltó tardíamente al ruedo político, quien ha sumergido a Túnez en su más grave crisis constitucional desde la revolución de 2011. Sin contar con otro apoyo que el de un grupo de entusiastas seguidores, muchos de ellos exalumnos, Said se convirtió en la gran sorpresa de las elecciones presidenciales de 2019, en las que arrasó con más del 70% de los votos gracias a su perfil de outsider de la política en un momento de descrédito de la nueva clase política por su fracaso a la hora de llevar un mínimo de prosperidad al país. “El pueblo está con Said. Los políticos son todos unos ladrones, y los peores son los de Ennahda”, comenta Fawzi, un taxista que se lleva los dedos a la sien cuando habla del rais, presidente en árabe.
Su austeridad y seriedad —rara vez se le ha visto sonreír en público—, así como su voluntad de lanzar una cruzada contra la corrupción, han permitido a Said crearse una reputación de persona íntegra. Todo ello, junto a las limitadas competencias ejecutivas del presidente frente a las del primer ministro, apenas explican que Said siga manteniendo una popularidad cercana al 50% mientras Túnez se hunde acuciado por una combinación de crisis, a cual más grave.
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Said, de 63 años y nacido en la capital tunecina, es un político difícil de clasificar. Suele expresarse en un árabe clásico ampuloso, ajeno al dialecto de la calle. Por sus posiciones conservadoras en cuestiones morales —apoya la pena de muerte y no defiende los derechos de los homosexuales—, algunos medios lo calificaron de “islamista”, o incluso de “salafista”. Sin embargo, su descarnada guerra con Ennahda ha servido para desmentir ambas etiquetas. “Es un político populista laico, que consigue atraer a los jóvenes prometiendo una democracia de abajo a arriba”, sostiene Bosco Govantes, profesor de la Universidad Pablo de Olavide y especializado en Túnez. De hecho, Said es hostil a la democracia representativa, y defiende una especie de democracia directa de base local, que algunos analistas comparan con la doctrina teórica de los soviets comunistas.
Su agenda es tan radical, que el presidente no cuenta con ningún apoyo entre la élite económica. “No creo que Said se salga con la suya, no puede gobernar solo. Necesitará el consentimiento de las élites establecidas o al menos de UGTT. Sin él, no puede gobernar las masas”, sostiene el investigador Mohamed Dhia Hammami. “También me cuesta imaginar que acabe recabando el apoyo de las potencias occidentales. Y no por el hecho de que haya concentrado todos los poderes en sus manos, sino porque su agenda es demasiado radical, y podría dañar sus intereses. No goza de popularidad en el exterior”, apostilla.
Un aspecto en el que Said ha sido un político muy convencional es en su intento por ampliar los poderes presidenciales. Las rencillas entre el presidente, elegido por sufragio universal, y el primer ministro, nombrado por la mayoría parlamentaria, han sido una constante desde la aprobación de la Constitución de 2014.





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