“Todas las mujeres tenemos una historia que contar”, escribía el jueves en su cuenta en Twitter la poeta venezolana Yolanda Pantin. Era un colofón al doloroso deslave de denuncias de víctimas de abuso y acoso sexual y violaciones vivido en las redes sociales en los últimos días, que quitó el telón a una crisis que ya no cabe debajo de la alfombra de las otras urgencias de la Venezuela ahogada en el autoritarismo de Nicolás Maduro, la pobreza y la precariedad. Cuatro años después de que el movimiento Me Too expuso al poderoso productor de Hollywood, Harvey Weinstein, la ola del feminismo llega a un país que cultiva el machismo con disimulo bajo la supuesta premisa de la madre jefa del hogar echada para adelante. Músicos, actores, directores de teatro, escritores, tenores, políticos, periodistas han sido señalados la última semana de cometer abusos y otras violencias. El movimiento parte de una herida abierta en centenares de relatos, en la cancelación de los señalados, casi todos separados de sus lugares de trabajo, y también en el suicidio de uno de ellos, el escritor Willy McKey.
La bola de nieve comenzó con el cantante de la banda de rock caraqueña Los Colores, Alejandro Sojo. Al menos seis mujeres han denunciado que las acosó para tener relaciones sexuales cuando eran menores de edad —de 14, 15, 16 y 17 años—, siendo él mucho mayor que ellas. Los relatos han estado siendo recabados a través de la cuenta de Instagram @alejandrosojoestupro, que refiere al término con el que antiguamente se reconocía el delito de abuso sexual de menores bajo un supuesto consentimiento, que queda viciado en el contexto de una relación desigual en la que el abusador es una persona mayor, con una superioridad cognitiva y herramientas de poder para controlar a la víctima.
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