En el Estadio Do Dragao no sólo se perdió un clásico. También se desmoronó, pieza por pieza, la poca estabilidad que aún sostenía al Porto de Martín Anselmi. La derrota ante el Benfica no fue una más: fue una goleada dolorosa, un 1-4 que caló hondo en los jugadores, en la afición y, sobre todo, en la dirigencia encabezada por André Villas-Boas.
La humillación frente al máximo rival terminó por detonar consecuencias inmediatas. La prensa portuguesa, encabezada por el diario A Bola, reveló que Villas-Boas decidió tomar medidas drásticas. Nada de romper filas, nada de volver a casa con la familia tras el partido, como es costumbre en los equipos de élite. La orden fue clara: todos los jugadores y el cuerpo técnico permanecerían concentrados, sin fecha de liberación. La convivencia obligada se convirtió en una especie de encierro disciplinario para “apretar tuercas” y buscar respuestas dentro del vestuario.
Esta medida, aunque dura, no es nueva en el Porto. Ya en una ocasión anterior, luego de otra goleada del Benfica —también por 4-1, pero en Lisboa—, Villas-Boas aplicó el mismo castigo. Se repite la historia, pero ahora bajo el mando de Anselmi, quien parece no encontrar el rumbo con un equipo que, jornada tras jornada, se aleja más de sus objetivos.
El presente del Porto es sombrío. A falta de seis jornadas para el cierre del campeonato, el equipo se encuentra fuera de toda contienda por el título. El Benfica lidera con 68 puntos, seguido muy de cerca por el Sporting de Lisboa con 66. Incluso el Braga, tradicionalmente un escalón abajo, ha superado al equipo de los Dragones, colocándolos en una cuarta posición con apenas 56 unidades, lo que sólo les alcanzaría, de mantenerse, para disputar la próxima Conference League.
La presión crece, y Anselmi, que llegó con la esperanza de renovar el proyecto deportivo, ahora se encuentra atrapado en una dinámica de resultados que amenaza con salirse de control. La derrota en el clásico fue más que un tropiezo; fue un espejo que mostró las grietas de un plantel al que la exigencia histórica del Porto no perdona. Y ahora, con las puertas cerradas y la concentración extendida, el club espera que el encierro sirva para más que castigar: que funcione como un punto de inflexión. Porque si no es ahora, puede que después sea demasiado tarde.
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