Las tensiones comerciales entre Estados Unidos y China han escalado y ahora impactan directamente a uno de los sectores más estratégicos para Washington: la industria armamentista. En respuesta a las políticas del expresidente Donald Trump, el gobierno chino tomó la decisión de limitar el suministro de tierras raras a compañías estadounidenses, lo que representa un duro golpe para el desarrollo de tecnología militar y avanzada en ese país.
Según datos del Banco Mundial, en 2024 Estados Unidos importó más de 116 millones de dólares en metales de tierras raras y compuestos desde China, lo que representó cerca del 75% de sus compras totales en el extranjero. Estos minerales, fundamentales para sectores como la inteligencia artificial, los vehículos eléctricos y los sistemas de defensa, han sido estratégicamente controlados por China en los últimos años. La potencia asiática no solo posee más de un tercio de las reservas mundiales de estos minerales, sino que también procesa entre el 80 y el 85 por ciento de ellos, y ha reforzado su dominio con inversiones mineras en América Latina y otras regiones clave.
Las tierras raras son esenciales para la fabricación de tecnología militar. De acuerdo con el Servicio de Investigación del Congreso de Estados Unidos, un solo avión de combate F-35 requiere más de 400 kilogramos de estos materiales. En el caso de los destructores y submarinos de última generación, la cifra asciende a más de dos mil y cuatro mil kilos, respectivamente. Aunque Estados Unidos cuenta con una mina activa en California, debe enviar la materia prima a China para su refinamiento, lo que incrementa su dependencia del país asiático.
Desde el primer mandato de Donald Trump, China había comenzado a preparar este movimiento como parte de una estrategia más amplia de represalia en la guerra comercial. En 2023, impuso restricciones generales a la exportación de ciertos minerales utilizados en semiconductores y sistemas de misiles, y en 2024 endureció aún más su postura al prohibir exportaciones clave hacia Estados Unidos. Esta decisión ha comenzado a impactar a empresas como Lockheed Martin, que reconoció en su informe más reciente que dichas restricciones ya afectan directamente algunas líneas de producción.
En respuesta, el gobierno estadounidense ha intensificado sus esfuerzos por diversificar sus fuentes de suministro y procesar tierras raras en su propio territorio. Uno de los focos de atención se ha trasladado hacia Groenlandia, que concentra hasta una cuarta parte de las reservas globales. Sin embargo, su explotación enfrenta retos ambientales, políticos y de infraestructura que podrían retrasar cualquier solución de corto plazo.
El conflicto por el acceso a estos recursos estratégicos refleja una nueva dimensión de las tensiones entre las dos principales potencias del mundo. Lo que antes era una disputa comercial centrada en aranceles, ahora se ha transformado en una competencia por el control de los insumos críticos que definirán el desarrollo tecnológico y militar del futuro.
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