Con el avance de la primavera, las hierbas reivindican su espacio en las ciudades y se abren paso en cada grieta del asfalto. Aunque son conocidas como malas hierbas, su papel es esencial en la regeneración urbana, como explica Ramón Gómez, profesor de botánica de la Universidad Rey Juan Carlos: “Si dejáramos libres a las hierbas espontáneas que surgen en las aceras, la ciudad se convertiría en el bosque que potencialmente debería ser”.
Ese retorno a la naturaleza en la ciudad es un proceso en cadena, “si favorecemos la aparición de estas plantas, o al menos las respetamos, los insectos polinizadores pronto acudirán atraídos por sus flores y estos a su vez servirán de alimento para aves y pequeños reptiles”, explica Ramón Gómez, quien considera que estas hierbas aportan grandes beneficios a unas ciudades planteadas como desiertos de biodiversidad. “La ciudad tiene sus limitaciones, no es un bosque, pero a pesar de ello podemos convertirlas en lugares mucho más amables y llenos de vida”.
El experto en botánica urbana y director técnico del estudio de paisajismo Herba Nova, apuesta por replantear el modelo y tender a ciudades más flexibles donde esas plantas que nacen fuera del control del hombre encuentren un lugar para prosperar. Su fórmula, en línea con los planteamientos del botánico francés Gilles Clément, es tan sencilla y efectiva como eliminar el uso de herbicidas y no desbrozar las hierbas ruderales al menos hasta que no terminen su ciclo, para permitir que florezcan y depositen las semillas que germinarán al año siguiente.

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