Entre 1692 y 1693, la comunidad de Salem, Massachusetts, se vio envuelta en una serie de juicios por brujería que llevaron a la ejecución de muchas personas, todo ello basado en una percepción errónea de la realidad. Más de 300 años después, nos encontramos con una situación similar en la política económica de Estados Unidos, donde el enfoque de los aranceles “recíprocos” del presidente Donald Trump parece alimentarse de una idea equivocada: la noción de que el país enfrenta grandes déficits comerciales que amenazan su estabilidad económica.
Durante el periodo de 2000 a 2024, las estadísticas indican que Estados Unidos ha acumulado un déficit de cuenta corriente de 14.4 billones de dólares. A primera vista, este número podría sugerir que el país está gastando más de lo que puede sostener. Sin embargo, si se hubiera financiado este déficit a un interés medio del 4%, los pagos de intereses deberían haber incrementado en 576,000 millones de dólares. En cambio, durante el mismo tiempo, la disminución de los ingresos financieros netos fue de solo 19,000 millones de dólares.
¿Dónde están, entonces, los 557,000 millones de dólares que faltan? Un análisis más profundo revela que este desfase se debe a una fortaleza subyacente de Estados Unidos: su capacidad para generar valor a través de innovación y activos intangibles. Estos recursos, a menudo pasados por alto, son los que mantienen una red global de filiales que producen beneficios suficientes para compensar el déficit en cuenta corriente.
En 2024, aunque el déficit comercial de mercancías alcanzó los 1.2 billones de dólares, el país también reportó un superávit de 295,000 millones de dólares en servicios transfronterizos. Además, las filiales estadounidenses en el extranjero generaron ventas por 2.1 billones de dólares, mucho más que las filiales extranjeras en suelo estadounidense, lo que resultó en un superávit neto de servicios de 895,000 millones de dólares, casi cubriendo el déficit de bienes.
Las filiales extranjeras de las empresas estadounidenses, en 2024, reportaron ingresos netos de 632,000 millones de dólares. Si consideramos una rentabilidad conservadora del 4%, esto implica que existe una base de activos de 15.8 billones de dólares, un dato sorprendente para un país que, teóricamente, ha registrado un déficit por cuenta corriente de 14.4 billones.
En lugar de solo observar el déficit, es pertinente considerar que Estados Unidos no ha pedido prestado 14.4 billones de dólares, sino en realidad 28 billones. De este, la mitad ha sido destinado al gasto interno, mientras que la otra mitad ha financiado la inversión extranjera directa. La clave radica en cómo las empresas estadounidenses han utilizado estos fondos: al combinar capital con activos intangibles, han conseguido una rentabilidad del 8%, muy superior al 4% de los inversores pasivos.
Así, Estados Unidos no solo exporta dólares, sino también una forma de “capital invisible” que resulta en ingresos sostenibles. En 2005, el concepto de “materia oscura” fue desarrollado para describir el valor no medido de los activos basados en el conocimiento que no son captados por la contabilidad tradicional.
Este dinamismo ha permitido a Estados Unidos mantener déficits comerciales persistentes sin sufrir las consecuencias que normalmente esos déficits conllevan. Desde la finalización de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos ha liderado esfuerzos para institucionalizar la protección de inversiones transfronterizas y propiedad intelectual, facilitando a países en desarrollo un mejor acceso a los mercados estadounidenses.
Sin embargo, la base de este poder está amenazada. Las políticas proteccionistas impulsadas por Trump no son solo gestos; indican un abandono de los principios que han sustentado el comercio y la inversión global por décadas. Si Estados Unidos es visto como un país que se aleja del compromiso con mercados abiertos, otros países podrían reaccionar disminuyendo la protección de la propiedad intelectual. Las ganancias de empresas estadounidenses en sectores como la tecnología y farmacéutica podrían verse amenazadas por mayores impuestos y regulaciones.
La estrategia de Trump podría tener efectos aún más amplios: la fuerza del modelo económico estadounidense ha residido en su apertura al talento y la innovación. No solo se están cerrando puertas para expertos que buscan avanzar en ciencia y tecnología, sino que la comunidad internacional también se repliega, buscando alianzas más estables y predecibles.
La historia nos enseña sobre los peligros de la política unilateralista. A principios del siglo XX, el Káiser Guillermo II de Alemania destruyó un sistema de alianzas que había proporcionado seguridad e influencia. Trump, al percibir el sistema actual de comercio como una trampa, podría estar desmantelando los mecanismos que han permitido a Estados Unidos prosperar y evitar conflictos entre grandes potencias.
El declive del poder estadounidense no es necesariamente un destino inevitable, pero subestimar las causas de su déficit comercial y buscar arreglar lo que no está roto podría transformar una ilusión estadística en una crisis real.
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