La política de aviación en México ha tomado un papel central en las discusiones recientes sobre infraestructura y desarrollo. En una declaración reciente, el secretario de Infraestructura, Comunicaciones y Transportes (SITC), Jesús Antonio Esteva, anunció que para el año 2026 se establecerá una política de Estado que guiará el rumbo de la aviación nacional. En paralelo, Miguel Enrique Vallín Osuna, director de la Agencia Federal de Aviación Civil (AFAC), destacó una serie de temas fundamentales que deberían ser parte de esta política, centrando la atención en los llamados “Retos de la Nueva Política Aeronáutica”.
Sin embargo, quedar atrapados en una lista de requisitos que México debe cumplir para continuar siendo miembro de la Organización de Aviación Civil Internacional (OACI) es una visión reduccionista del potencial que tiene el país en este sector. A partir de una perspectiva más amplia, se observa que la política de aviación debería construirse sobre una visión sostenible a largo plazo, es decir, un marco estratégico que contemple el desarrollo de la industria del transporte aéreo en un horizonte de 30 a 50 años.
México tiene la oportunidad de aprovechar beneficios significativos derivados de su ubicación geográfica, su extensa red aeroportuaria, la especialización de su mano de obra y los diversos acuerdos bilaterales en materia de aviación y comercio. La tarea es clara: el país debería decidir aprovechar su infraestructura aérea como un nodo estratégico de conectividad, utilizando sus aeropuertos como centros de distribución para unir a Norteamérica con Sudamérica, Europa y Asia. Esto puede lograrse a través de la creación de acuerdos colaborativos con aerolíneas privadas, gremios, sindicatos, instituciones académicas y agencias de viaje, buscando un objetivo común: impulsar el crecimiento, aumentar la competitividad, atraer turistas, facilitar el comercio y desarrollar polos económicos estratégicos.
Sin embargo, una política de aviación carece de fundamento si no tiene metas concretas y medibles. La ausencia de un destino claro se traduce en falta de dirección. Consecuentemente, es imperativo que se establezcan objetivos bien definidos que guíen la implementación de esta política a largo plazo.
Además de la planificación estratégica, se requiere considerar la importancia de las relaciones bilaterales y la facilitación operacional para las aerolíneas. Un aspecto crítico es la estructura de mando bajo la cual operaría la aviación civil en el país. Para evitar confusiones y descoordinaciones, es esencial que la aviación civil esté bajo un liderazgo único, en manos de la SICT, autoría capacitada para manejar los destinos de aeropuertos y aerolíneas estatales, incluso en circunstancias donde la Marina y el Ejército tengan roles específicos. Sin esta cohesión en el mando, la efectividad de la política de Estado se verá comprometida.
Con esta base en su lugar, el futuro de la aviación en México tiene el potencial de ser no solo competitivo, sino también un referente en la industria aeroespacial a nivel global.
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