La vida en la Roma imperial estaba impregnada de una intensa mezcla de olores que reflejaban las diferencias sociales, la organización urbana y los valores morales de la época. Desde el hedor del estiércol en las calles hasta el lujo de los perfumes en las villas aristocráticas, el olfato fue una herramienta clave para interpretar el mundo romano.
En una ciudad que llegó a superar el millón de habitantes en el siglo I d.C., los olores formaban parte inevitable de la vida cotidiana. Las calles congestionadas, los mercados, las cloacas abiertas y la presencia constante de animales contribuían a un entorno densamente aromático. El estiércol, la orina y los residuos lanzados al río Tíber eran componentes frecuentes del aire romano.
A pesar de esta pestilencia urbana, las élites contrarrestaban los malos olores mediante el uso de perfumes, pomadas y aceites aromáticos, símbolos de refinamiento y estatus social. Estas fragancias, aplicadas no solo en el cuerpo, sino también en la ropa y los muebles, se elaboraban con ingredientes como nardo, mirra, azafrán y canela. Las esencias, importadas desde regiones lejanas, podían alcanzar precios elevados.
Los olores también tenían implicaciones políticas y sociales. El emperador y la aristocracia utilizaban aromas agradables para reforzar su imagen y autoridad. En los banquetes de Nerón, por ejemplo, se dispersaban perfumes entre los asistentes como espectáculo sensorial.
Autores como Plinio el Viejo, Séneca y Juvenal registraron en sus escritos cómo ciertos olores se asociaban con virtudes o decadencia moral. El hedor se interpretaba como signo de corrupción o pobreza, mientras que los aromas agradables se vinculaban con el orden y la civilización.
Incluso en la medicina, el olfato tenía un rol. Según Galeno, los olores del cuerpo podían indicar desequilibrios internos, y se recomendaba el uso de fragancias como terapia. En los funerales, se empleaban inciensos y ungüentos para neutralizar el olor de los cadáveres y preservar la dignidad del difunto.
El control olfativo también organizaba el espacio urbano. Las zonas marginales se asociaban con malos olores, mientras que las villas suburbanas, rodeadas de jardines perfumados, eran símbolo de pureza y jerarquía.
A través de los sentidos, especialmente el olfato, la Roma imperial expresaba estructuras sociales, políticas y culturales. El Imperio, más allá de su legado monumental, puede entenderse también como una experiencia sensorial marcada por aromas que definieron la vida cotidiana.
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