El reciente asesinato de Christopher Huerta en la colonia Jardín Balbuena ha provocado un intenso debate en torno a los límites entre la legítima defensa y el uso legítimo de la fuerza por parte de las autoridades. Este incidente, que inició como un control vehicular y culminó con un disparo fatal, ha puesto de manifiesto la confusión entre la protección institucional y el ejercicio de violencia desmedida.
En términos legales, la legítima defensa se encuentra contemplada en el artículo 15 del Código Penal Federal. Se define como una reacción ante una agresión real, actual o inminente, donde no existe provocación suficiente y se emplean medios proporcionales. En el mencionado caso, el agente de policía argumentó haber sufrido una agresión física por parte de Huerta antes de realizar el disparo. Sin embargo, surge una interrogante: ¿es válido que un funcionario público alegue legítima defensa en el desempeño de su labor? La respuesta parece ser negativa, ya que esta justificación resulta complicada de sostener desde un punto de vista jurídico.
Adicionalmente, la Ley del Uso Legítimo de la Fuerza de la Ciudad de México estipula que los cuerpos de seguridad deben aplicar la fuerza de manera escalonada, racional y acorde a la situación. El uso de armas de fuego está reservado para escenarios en los cuales se presente una amenaza grave e inminente a la vida del agente o de otros individuos.
Videos del incidente revelan una pelea, pero no muestran una amenaza letal evidente. Esto plantea la pregunta de si el disparo fue una reacción impulsiva o si, por el contrario, se trató de una decisión que contaba con justificación institucional. Para algunos testigos, quienes involucraron en la riña eran simplemente individuos en conflicto, y la vida del agente no había estado en peligro de manera objetiva.
El deslinde entre la legítima defensa y el uso legítimo de la fuerza no debe considerarse solo un tema de terminología; se trata de una separación estructural crítica. La legítima defensa es una respuesta individual ante una agresión, mientras que el uso legítimo de la fuerza es un recurso regulado por el Estado para mantener el orden público.
El caso de Balbuena no solo representa una tragedia, sino que también actúa como un aviso sobre la importancia de marcar diferencias claras entre la defensa personal y la violencia desmedida por parte de las autoridades. Si el Estado no logra establecer con certeza estos límites, toda la ciudadanía se encontrará en un estado de vulnerabilidad. La justicia debe basarse en principios firmes que resguarden los derechos tanto de los ciudadanos como de quienes tienen la responsabilidad de protegerlos.
Es esencial mantener un discurso claro sobre la función de las fuerzas de seguridad, recordando que, aunque deben tener la capacidad de repeler agresiones, no pueden actuar sin límites claros. La legitimidad de su actuación es fundamental para garantizar un entorno seguro y estable para todos.
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