La semana pasada escribí sobre la definición y la importancia del diseño como disciplina. El diseño se divide en muchas ramas, todas se entrelazan a través de los principios básicos y los elementos formales. Además de eso, el diseño actualmente comparte una característica controversial que debe ser visibilizada: la obsolescencia programada. Cualquier diseño, con el tiempo o el uso se vuelve obsoleto, ya sea porque la capacidad ya no es suficiente, por que la velocidad tampoco, porque el sol despinta los carteles o porque los materiales se rompen. Todos entendemos que todo eso pasa y que cada determinado tiempo los productos de diseño deben ser reemplazados. Sin embargos, algunas compañías programan sus productos para que duren un tiempo determinado y se obligue el consumo constante y frecuente.
En mi texto “El diseño y la sociedad” (2023, p. 99-121), publicado en 1. Rompiendo fronteras, el número 1 de la colección Más allá de las disciplinas, de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos, menciono (y aquí recupero) que la obsolescencia programada es un proceso económico cuyo origen se encuentra en la Gran Depresión (inicios del siglo XX), con el fin de activar el mercado mediante el consumo repetitivo, para generar una cadena productiva y reactivar la economía. La obsolescencia programada puede ser de varios tipos: 1) aquella en el que el producto pierde funcionalidad deliberadamente, como sucede con los celulares que en un par de años hay que cambiarlos; 2) la técnica o funcional que es cuando el producto de diseño queda desfasado por la introducción de uno que funciona mejor; 3) la obsolescencia estética, psicológica o de deseabilidad, que es un efecto emocional que nos lleva a considerar el producto de diseño como anticuado o “que no está a la moda”; 4) la informática, que es cuando los programas o aplicaciones dejan de funcionar y nos obligan a actualizar; y 5) la indirecta, cuando ya no es posible encontrar piezas o refacciones para reparar el producto de diseño. Cualquier tipo de obsolescencia programada con lleva múltiples efectos y consecuencias, sobre todo contaminantes, ya que se reemplaza una pieza que en condiciones normales no lo requeriría.
Esas prácticas no han desaparecido, por ejemplo, marcas reconocidas de dispositivos electrónicos han sido juzgadas por ellas y son señaladas puntualmente por organismos gubernamentales, autónomos y organizaciones civiles de algunos países. Las implicaciones del diseño se han visibilizado desde finales del siglo XX, generando conciencia crítica y diversas políticas para evitar estas prácticas dañinas. Una de ellas, que debe ser esencial, es la transformación de la conceptualización del diseño, lo que llevaría a revalorarlo y resignificarlo. Cuando los productos de diseño dejen de servir o se sientan viejos, es probable que detrás allá un proceso de obsolescencia programas. Nos vemos pronto para seguir hablando de diseño.