La semana pasada referí un libro de Donald A. Norman que recomiendo ampliamente, Diseño emocional: Porqué nos gustan (o no) los objetos cotidianos (2025), y hoy lo retomo para extender la plática sobre los tres niveles de procesamiento emocional que el él se exponen. El primer nivel, el visceral, es la respuesta inmediata que tenemos ante un diseño, que es desde la víscera (de ahí su nombre), la emoción primigenia ligada a la forma, el color y la textura: es lo que nos hace saltar de gusto y muy probablemente decir “¡lo quiero, cueste lo que cueste!”.Muchos de los productos que se venden en tiendas de regalos, de museos o de chácharas responden a este tipo de diseño. Al pasar el tiempo, algunos siguen siendo funcionales, y otros ya no y tienen que desecharse o reemplazarse. Algunas veces se usa este diseño también como parte del mensaje que queremos dar sobre nosotros mismos, por ejemplo, los stickers que pegamos en la computadora, los pins que colocamos en las mochilas. Como quiera que sea, la mayor parte de los productos de consumo que solo responden a una reacción visceral son desechables al poco tiempo, y probablemente no tengan una función trascendente en nuestra cotidianeidad. Si la tiene, con la adquieren con el tiempo, se transforman en un objeto cultural muchas veces relacionado con la identidad, y entonces se vincula con el tercer nivel de procesamiento emocional del diseño, que es el reflexivo.
En este sentido, Norman se distancia de la visión funcionalista y racionalista del diseño que se centra en la eficiencia y la usabilidad, para sostener que nuestra experiencia con un objeto de diseño está mediada por la emoción. No solamente usamos las cosas, sino que las sentimos, y esas sensaciones condicionan nuestra percepción de utilidad, belleza y valor. Así es como el diseño es intrínsecamente emocional, tiene una dimensión afectiva y simbólica en la experiencia humana. En parte es por eso por lo que sostengo que el diseño transforma a la sociedad, es decir que es un elemento clave para el cambio social. Porque está arraigado en la emoción y porque puede interferir radicalmente en las decisiones que tomamos al consumir diseño. Y no solo hablo de consumir diseño en productos como los descritos en este texto, si no la imagen diseñada que consumimos desde las esferas de poder social, cultural económico y sobre todo político. Una travesía de sumo interés en su análisis. Nos vemos pronto para seguir hablando de diseño.