Cada temporada de muertos, “Macario” vuelve a resonar en nuestras pantallas, ya sea en salas de cine, proyecciones al aire libre o en aulas educativas. Esta obra, dirigida por Roberto Gavaldón en 1959, captura de manera singular la fragilidad de la vida, el hambre y los inevitables símbolos que hoy identificamos con el Día de Muertos en México.
Basada en el relato de Bruno Traven, y también inspirada en un cuento de los hermanos Grimm, “Macario” se ha convertido en un referente del cine nacional. Este filme no solo marcó un hito al ser la primera producción mexicana nominada a un Óscar, concretamente en la categoría de Mejor Película en Lengua Extranjera en 1961, sino que también destacó a Ignacio López Tarso como Mejor Actor en el Festival de Cine de San Francisco y a Gabriel Figueroa por su fotografía en el Festival de Cannes.
Detrás de esta obra hay una colaboración única: el guion fue minuciosamente supervisado por Bruno Traven, quien trabajó en conjunto con el director Gavaldón y el dramaturgo Emilio Carballido. La trama se nutre de leyendas coloniales sobre pactos con la muerte, impregnándose del realismo mágico y cuando se entrelaza con influencias de la literatura europea, especialmente de los cuentos de los hermanos Grimm.
Filmada durante el ocaso de la Época de Oro del cine mexicano, cuando empezaba a sentir la presión de la crisis financiera y el auge de la televisión, “Macario” emergió como un faro de renovación. La película, producida por Clasa Films en tan solo cinco semanas y en blanco y negro, tuvo el apoyo del Banco Nacional Cinematográfico (Bancine), que buscaba revitalizar la narrativa del cine nacional.
Un personaje central en esta narrativa es la Muerte, interpretada por Enrique Lucero. En lugar de ser una figura aterradora, la Muerte es representada de forma silente, humilde y cercana. Este enfoque humano, junto con elementos como velas, ofrendas y el anhelo de compartir, convierte a “Macario” en una de las primeras representaciones cinematográficas del Día de Muertos, que ha logrado resonar más allá de las fronteras de México.
La actuación de Ignacio López Tarso, un entonces joven actor de teatro, da vida a Macario, un leñador pobre obsesionado con un guajolote. Su interpretación transmite un profundo sentido de humanidad, plasmando la lucha contra el hambre, el deseo de dignidad y el temor a la muerte. Complementando esta actuación, Pina Pellicer, en el papel de su esposa, aporta elementos de ternura y sacrificio, reflejando las vivencias de las mujeres campesinas en la era virreinal.
“Macario” captura la esencia del Día de Muertos, recordándonos la importancia de compartir con nuestros antepasados, así como de reconocer las realidades de la pobreza y la desigualdad. La película no teme confrontar la muerte, sino que invita a convivir con ella de manera abierta, aceptando su inevitable presencia. La icónica escena del banquete con el guajolote, junto con la aparición de la Muerte y la simbología de altares y velas, han convertido el filme en una referencia visual esencial para esta celebración.
Más de seis décadas después de su estreno, “Macario” no es solo una película; se erige como una memoria colectiva y un símbolo de resistencia cultural. Su legado perdura y sigue formando parte de la identidad mexicana, recordándonos que la cultura es un puente que nos conecta con nuestras tradiciones y nuestra historia.
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