En un giro drástico de la política exterior estadounidense, el presidente Donald Trump ha declarado su intención de erradicar a quienes traen drogas al país, un comentario que refleja una estrategia más agresiva y militarizada en la lucha contra el narcotráfico. Desde la Casa Blanca, Trump ha anunciado operaciones aéreas en el Caribe y el Pacífico oriental, resultando en la destrucción de embarcaciones sospechosas y en la muerte de al menos 64 personas vinculadas a este tráfico. Esta nueva estrategia de seguridad ha comenzado a dibujar los contornos de una política exterior más violenta.
El eco de la Doctrina Monroe, formulada en 1823 por el presidente James Monroe, resuena en las declaraciones de Trump. Monroe proclamó que cualquier intervención extranjera en las Américas sería considerada como un acto hostil, mientras que Theodore Roosevelt, en 1905, amplió esta idea, afirmando que Estados Unidos debía preservar el orden y proteger la vida y la propiedad en América Latina. Roosevelt incluso utilizó el término “policía internacional” para justificar la intervención en conflictos en la región.
La administración Trump ha vuelto a acusar al gobierno de Nicolás Maduro de ser un “cártel narcoterrorista”, aumentando la tensión en un contexto donde los Estados Unidos despliegan fuerzas militares en el Caribe. Esta acumulación de recursos sugiere que el enfoque no se limita a la lucha contra las drogas, sino que podría contemplar un cambio de régimen en Venezuela.
Sin embargo, existen diferencias fundamentales entre la postura de Trump y la Doctrina Monroe. Mientras que Monroe se basó en un esfuerzo “moral” y una supuesta responsabilidad de proteger, Trump opera bajo una lógica más coercitiva. Por ejemplo, el Canal de Panamá ha sido considerado un nodo estratégico que Estados Unidos busca “recuperar”, y las relaciones con países como México están marcadas por una exigencia de obediencia a las directrices estadounidenses. Brasil y Canadá también han sentido la presión de esta nueva política, experimentando represalias por acciones percibidas como desleales.
Además, la administración Trump ha ofrecido un paquete de rescate sustancial a Argentina, con el fin de apoyar al presidente Javier Milei. Este movimiento ha sido interpretado como un esfuerzo por cimentar una nueva relación basada en la dependencia económica, reflejando una dinámica jerárquica en las relaciones interamericanas, donde la obediencia se traduce en beneficios.
Trump presenta una visión del mundo interamericano como una jerarquía en la que las naciones deben operar bajo el dominio estadounidense. Esto contrasta con los presidentes anteriores que intentaron equilibrar el idealismo con el pragmatismo. La mezcla de estos elementos en la política exterior de Trump resalta una nueva forma de excepcionalismo sin las restricciones que tradicionalmente limitan tal poder.
Otro aspecto relevante es que las acciones de Trump pueden estar influidas por éxitos políticos internos. El presidente ve en el exterior un enemigo, uno que determina no solo su relevancia internacional, sino también su autoridad interna. Su llamado a un “ethos guerrero” en el ejército refleja esta simetría.
Mientras tanto, el escenario global también se ve afectado. La relación de Trump con líderes como Xi Jinping se entiende menos como una búsqueda de equilibrio y más como una transacción entre dos líderes de poderes hegemónicos. A pesar de la expansión de la influencia china en América Latina, desde la Iniciativa de la Franja y la Ruta hasta proyectos de infraestructura, ambos líderes parecen rechazar el antiguo orden multilateral a favor de un dominio más directo.
Este nuevo enfoque no sólo redefine la política en el hemisferio occidental; también plantea retos extremos para Europa, que ahora se confronta con un socio estadounidense que cuestiona la esencia misma del Estado de Derecho y los compromisos de seguridad. Adaptarse a esta nueva realidad, fortalecer la defensa y construir nuevas alianzas serán pasos necesarios para navegar en este complejo panorama geopolítico.
En este contexto actual, lo que suceda en los próximos años dependerá en gran medida de la capacidad de las potencias medianas —como Brasil, India e Indonesia— para cooperar entre sí y encontrar un camino hacia un orden mundial más pluralista. La lucha por establecer un sistema que someta la fuerza a reglas será uno de los mayores desafíos del siglo XXI.
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