En nuestra vida cotidiana solemos hablar de leyes civiles, de derechos humanos, de obligaciones como ciudadanos o de las responsabilidades que tenemos frente al Estado. Sin embargo, pocas veces reflexionamos sobre un tema que acompaña a millones de personas todos los días: la religión, no solo como práctica espiritual, sino también como un fenómeno regulado por normas jurídicas. Hoy quiero compartir contigo una visión sencilla, práctica y útil sobre qué es el Derecho Canónico y por qué es tan importante defender nuestro derecho a elegir libremente la religión que queramos profesar.
El Derecho Canónico es un conjunto de normas jurídicas internas que regulan la organización, funcionamiento y vida espiritual de la Iglesia Católica. Así como el Estado tiene leyes para ordenar la convivencia social, la Iglesia tiene su propio sistema normativo para regir la vida de sus fieles, de sus ministros, de sus instituciones y de los sacramentos.
Estas normas se encuentran principalmente en el Código de Derecho Canónico, promulgado por el Papa Juan Pablo II en 1983, y que sustituye a versiones anteriores adaptándolo a los tiempos modernos. Ahí se regulan temas como:
• La administración de los sacramentos.
• La estructura jerárquica de la Iglesia.
• Los derechos y deberes de los fieles.
• La organización territorial, como diócesis y parroquias.
• Los tribunales eclesiásticos, por ejemplo, aquellos que conocen las nulidades matrimoniales.
Muchos creen que el Derecho Canónico es un asunto lejano o exclusivo de sacerdotes, pero lo cierto es que forma parte de la vida diaria de millones de personas, especialmente en temas familiares. Un ejemplo claro es la nulidad matrimonial: no es un “divorcio religioso”, sino un proceso jurídico interno que analiza si un matrimonio sacramental existió válidamente desde su origen.
En México, aunque el Estado y la Iglesia están separados desde 1857, el Derecho Canónico sigue siendo relevante para quienes profesan la fe católica, pues regula aspectos espirituales y comunitarios que influyen en su vida personal. No sustituye al derecho civil, por supuesto, pero sí orienta la manera en que muchos viven y entienden su compromiso religioso.
Ahora bien, hablar del Derecho Canónico nos lleva a un tema más amplio y profundamente humano: la libertad religiosa. La Constitución mexicana, en su artículo 24, reconoce que toda persona tiene derecho a profesar la creencia religiosa que más le convenga, o incluso a no profesar ninguna. Es un derecho individual, personalísimo y que no puede ser coaccionado.
¿Por qué es tan importante esta libertad?
Porque la religión, en su sentido más auténtico, no se puede imponer. La fe no florece por obligación, sino por convicción. Por eso el Estado, aunque laico, tiene la obligación de proteger la libertad de las personas para creer, practicar, cambiar o abandonar una religión, siempre que no se afecten derechos de terceros ni se atente contra el orden público.
En un país tan diverso como México, donde conviven católicos, cristianos, evangélicos, testigos de Jehová, judíos, musulmanes y también quienes no profesan ninguna creencia, esta libertad es vital para mantener la armonía social. No es un privilegio: es un derecho que todos debemos respetar.
Independientemente de la creencia que cada quien elija, es innegable que la práctica religiosa desempeña un papel esencial en la vida de muchas personas. Tiene una dimensión espiritual, pero también emocional, comunitaria y ética. La religión puede ayudar a:
• Dar sentido a la vida y afrontar momentos de crisis.
• Transmitir valores como la solidaridad, el perdón y la esperanza.
• Fortalecer la familia y la comunidad.
• Crear redes de apoyo emocional.
La práctica religiosa, cuando es libre y voluntaria, también fomenta un sentido de responsabilidad social. Quien vive su fe con conciencia entiende que la espiritualidad no se queda dentro de un templo: se refleja en cómo tratamos a los demás, cómo nos comportamos en nuestra comunidad y cómo contribuimos al bien común.
Por eso es tan importante defender el derecho de cada individuo a elegir su camino espiritual. Nadie puede decidir por nosotros. Ni el Estado, ni una institución, ni la familia. La fe es un encuentro íntimo, personal y libre.
El Derecho Canónico nos recuerda que incluso dentro de la religión existen normas que buscan ordenar la vida de la comunidad y dar coherencia a la fe que se profesa. Pero sobre todo, hablar de esto debe invitarnos a reflexionar sobre algo más profundo: el enorme valor de la libertad religiosa, una libertad que sostiene la dignidad humana y la pluralidad de nuestro país.
Profesar una religión, sea cual sea, es un ejercicio que fortalece nuestra vida interior y nuestra convivencia exterior. Defender ese derecho es defender la libertad de todos, pues la justicia no solo es teoría, es vida cotidiana.


