La poesía y la tradición se entrelazan en un fascinante diálogo en el que los Nacimientos se convierten en el escenario perfecto para explorar lo divino y lo cotidiano. Este arte popular, que resuena profundamente en las comunidades de México, ha sido una forma de evangelización y de celebración que ha trascendido generaciones.
En el siglo XIX, un villancico singular se escuchaba en las posadas: “Ya parió María / Ya parió José / Los ángeles todos / y el niño también”. Esta línea sencilla y profunda refleja la esencia de lo que muchos, como el poeta Alfredo R. Placencia, anhelaban capturar. Para Placencia, la tradición de los Nacimientos no solo era una representación navideña, sino una revelación de belleza, oculta a los ojos profanos pero visible a aquellos que se atreven a mirar más allá. Su conexión con la fe lo posicionó como un destacado representante de la poesía católica en México.
Si bien Placencia y el poeta tabasqueño Manuel Acuña encontraron en la poesía un espacio de reflexión y devoción, fue el jalisciense José Manuel Pellicer quien llevó la tradición a nuevas alturas. Así como su contemporáneo, Pellicer dedicó su vida a la creación de Nacimientos, una mezcla de arte y espiritualidad. En estos escenarios, el poeta fusió elementos de la naturaleza—tierra, aire, agua y fuego—en un espacio donde pasaje y mensaje se unieron. Para él, estos Nacimientos eran, en efecto, lo más notable que había realizado, un reflejo de su vida artística.
La influencia de las tradiciones previas a la conquista se siente aún en la representación actual de estos Nacimientos. En diversos pueblos, los personajes ya no son solo europeos; encontramos ángeles de piel morena, santos con vestimentas coloridas, y representaciones que rinden homenaje a la diversidad cultural del país. Llamativas exposiciones, como la que tuvo lugar en el Ex Palacio de Iturbide, nos recuerdan que cada Nacimiento cuenta una historia de identidad y resistencia.
Susana Harp, cantante y senadora, resalta cómo las manos de artesanas y artesanos transforman modelos tradicionales en auténticas expresiones de arte popular. Desde piedras y ramas recolectadas por Pellicer hasta técnicas que han pasado de generación en generación, cada elemento se convierte en parte de una narrativa que celebra la vida y la paz.
Imaginamos, entonces, los Nacimientos que Pellicer montó en su hogar, donde la carpintería y el sonido se fusionaban en un espectáculo visual. Descripciones evocativas sugieren que su espacio podía recordarnos una obra de arte, como los paisajes del valle de México pintados por Velasco, donde la perspectiva y el color se alinean para contar un relato más amplio.
En conclusión, la tradición de los Nacimientos es un testimonio del cruce entre la fe, la cultura y el arte en México. Estos montajes no son meras recreaciones; son una afirmación de identidad, un ecosistema en el que resuena la voz de generaciones pasadas y presentes. En cada uno de ellos, la luz de la esperanza sigue brillando, invitando a todos a celebrar la belleza de lo cotidiano.
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