La Copa del Mundo 2026 se acerca, y aunque México será uno de los anfitriones junto a Estados Unidos y Canadá, el entusiasmo entre la población mexicana se percibe bastante débil. Este sentimiento puede atribuirse, en parte, al pobre rendimiento reciente de la Selección Nacional, que no ha logrado ganar ninguno de sus últimos seis encuentros. En la cancha, la falta de liderazgo y una estrategia clara han dejado a los aficionados preocupados; a pocas semanas del torneo, el entrenador sigue experimentando con un equipo sin un plantel básico definido, lo que no augura una actuación brillante.
Otro factor que contribuye a la apatía es el hecho de que de los 104 partidos programados, solo 13, es decir, un 12.5%, se disputarán en México. La percepción de ser un anfitrión compartido diluye la emoción, especialmente cuando la mayor parte de la competición se concentrará en Estados Unidos. Además, los precios exorbitantes para asistir a los partidos y la opaca mecánica de distribución de boletos han dejado a muchos con dudas y frustraciones.
En medio de esta situación, el gobierno está invirtiendo considerables sumas para mejorar la infraestructura turística, hotelera y de transporte en las ciudades sede. Por ejemplo, aunque se están realizando mejoras en el aeropuerto de la Ciudad de México y en la Línea 1 del Metro, persisten interrogantes sobre si estas mejoras se mantendrán una vez concluido el evento, dado el historial de falta de mantenimiento y limpieza en la infraestructura pública.
El gobierno ha optado por usar la Copa del Mundo como una plataforma para distraer a la población de problemas más serios del país. La presidenta ha anunciado que los partidos serán transmitidos en pantallas gigantes en 177 plazas y lugares públicos, creando lo que ha denominado “El Mundial Social”, donde también se organizarán actividades culturales y deportivas. Sin embargo, esta estrategia podría resultar arriesgada. Un evento reciente dejó en evidencia el descontento popular, cuando, al finalizar un anuncio, en lugar de aplausos, resonaron gritos pidiendo atención a temas de salud.
La historia del país muestra que ese tipo de distracciones pueden volverse en contra de quienes están en el poder, recordando el desprecio que enfrentaron figuras como Díaz Ordaz durante los Juegos Olímpicos de 1968. La inauguración del Mundial el 11 de junio podría despertar un sentimiento similar hacia la presidenta. ¿Logrará ella evitar ese rechazo, o se encontrará ante una catarsis de descontento colectivo similar a la experimentada en el pasado? Las semanas previas al torneo responderán a esta inquietante interrogante.
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