“Incidente en curso. Eviten la confluencia de la calle 103 con Amsterdam Avenue. Los agentes intentan asegurar el área”. Los vecinos de un barrio de Nueva York recibieron en sus móviles ese mensaje de la Policía el 25 de mayo. Dos jóvenes se enfrentaban a tiros pasadas las dos de la tarde, ocultándose entre los coches aparcados, el cañón de sus pistolas brillando intermitentemente al sol al ritmo de los disparos, como una escena más de tantas buenas y malas películas. Sucedía en un barrio de clase media de Manhattan, residencial y comercial, muy lejos de las consideradas zonas conflictivas o señaladas por su actividad delictiva.
Tras los sangrientos años ochenta y noventa, y la posterior pacificación de las calles, la violencia armada ha vuelto al corazón de las ciudades estadounidenses. Dos semanas antes, a mediados de mayo, una niña de cuatro años resultó herida por la bala perdida en un tiroteo en Times Square, epicentro turístico de Nueva York; un sábado en plena hora punta de compras y paseos. El fenómeno es una tendencia al alza en EE UU desde la primavera de 2020, y un lastre en la exitosa recuperación de la pandemia.
Los Ángeles registró el año pasado 350 asesinatos, la cifra más elevada en una década, con un aumento del 36% respecto a 2019. En Nueva York, donde los homicidios se incrementaron en 2020 en cerca del 45%, el repunte monopoliza los mensajes de los candidatos a la alcaldía en el tramo final de la campaña. El miedo a la pandemia y a las protestas raciales disparó el año pasado la venta de armas, una quinta parte de las cuales fueron adquiridas por neófitos. Una semana cualquiera del último mayo, recuerda The New York Times, se verificaron 1,2 millones de antecedentes, uno de los requisitos para comprar una pistola. Según estimaciones del centro de estudios Everytown, basadas en el examen de antecedentes, en 2020 se vendieron 22 millones de armas, un 64% más que el año anterior.



