Desde tiempos inmemorables, el té se ha convertido en una puerta hacia el presente, ofreciendo una experiencia sensorial que trasciende la mera bebida. La ceremonia del té japonesa, a menudo asociada con el budismo zen, representa esta conexión espiritual, mientras que el té de la tarde británico simboliza el espíritu comunitario y la convivencia.
Hoy en día, el té ha evolucionado más allá de sus reconocidas propiedades curativas. En una sociedad marcada por la prisa, su capacidad para invitarnos a ralentizar se ha transformado en un lujo valorado, convirtiéndose en la segunda bebida más consumida a nivel global, solo detrás del agua. En un mundo post-pandemia, hemos redescubierto y renombrado esos pequeños placeres que el té nos brinda.
Pero, ¿qué hay de las populares bolsitas de té? Su historia se remonta a la Ruta de la Seda, donde las primeras versiones se confeccionaron con este material. Con el tiempo, estas bolsitas pasaron a ser de tul, papel y, en épocas más recientes, de plásticos derivados del petróleo. Desde mediados del siglo XX, las opciones comúnmente disponibles están fabricadas con polietileno tereftalato (PET) y nailon, materiales que, al entrar en contacto con agua caliente, conllevan riesgos significativos para la salud.
Un estudio canadiense de 2019 informó que al sumergir una sola bolsita de té a 95 °C, pueden liberarse hasta 11,6 mil millones de microplásticos y 3,1 mil millones de nanopartículas en la bebida. Investigaciones posteriores confirmaron que estas diminutas partículas pueden ser absorbidas por nuestras células intestinales y diseminarse por el organismo, lo cual representa una preocupación de salud pública creciente.
En nuestra cultura actual, el té a menudo se consume de manera rápida y accesible, en bolsitas. Sin embargo, esta práctica se originó de un malentendido: en 1908, Thomas Sullivan comenzó a enviar muestras de té en pequeños sacos de seda, lo que llevó a muchos consumidores a prepararlos directamente en sus tazas.
Además de los efectos en la salud humana, las bolsitas de té también contribuyen a la contaminación por plásticos de un solo uso. Su eliminación, ya sea por desecho o compostaje, resulta en la fragmentación de estos materiales en la naturaleza, afectando los suelos, las fuentes de agua y los alimentos. La contaminación plástica crea una amenaza creciente para los ecosistemas y plantea riesgos serios para la biodiversidad tanto marina como terrestre.
Para aquellos preocupados por los compuestos nocivos en las bolsitas de té, es importante saber que, incluso si estas no son de plástico, pueden contener sustancias químicas perjudiciales. Según expertos en toxinas ambientales, materiales como el algodón y el papel pueden ser tratados con blanqueadores como el cromo. Asimismo, muchas de las bolsitas de papel pueden estar selladas con polipropileno, un tipo de plástico que puede componer hasta un 25% de su contenido. También se han encontrado ftalatos, PFAS (químicos conocidos como “eternos”) y pesticidas como el glifosato.
La información presentada refleja el conocimiento disponible hasta la fecha de publicación original y advierte sobre el impacto ambiental y de salud de las bolsitas de té, invitando a una reflexión sobre nuestras elecciones de consumo y su trascendencia en un mundo que cada vez demanda más conciencia sobre la sostenibilidad.
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