En la serena plaza de Chimalistac, un clarinete resuena en el aire, trayendo consigo la historia de Baltazar Cuenca Arias, un joven músico de 30 años originario de San Miguel Ahuehuetitlán Silacayoapan, Oaxaca. Este domingo, al son de su bella melodía, se siente la soledad del lugar, pero también la vibrante conexión con su arte.
Baltazar menciona que, el 26 de septiembre, se celebra la fiesta del pueblo, un momento esperado donde la música cobra vida en la comunidad. En este contexto, comparte que su actuación es un “servicio”, ya que no recibe paga monetaria, sino que es compensado con comida y bebida del pueblo, lo que él llama “agradecimiento”.
La religión y la tradición también arbitran su entorno. Frente a la iglesia de San Sebastián, observa a los músicos callejeros que, con humildad, llenan el aire con sus acordes. Las melodías de Baltazar son un refugio en tiempos de necesidad y, por ello, siente el peso de cada nota que toca.
Baltazar se adentró en el mundo del clarinete a los 16 años, aprendiendo con Marcos Vega, un maestro que dejó una profunda huella en su vida. Su historia es una de perseverancia; a pesar de que su familia no tiene raíces musicales, encontró en la música no solo un camino, sino también un medio para sobrevivir. Ha tenido que adaptarse a la vida en el campo y, con el tiempo, ha aprendido que en su arte reside una forma de sostenerse a sí mismo y a su familia.
Cada día, Baltazar se desplaza desde La Candelaria Tlapala, Chalco, hasta San Sebastián, un viaje que inicia a las 9 de la mañana. A medida que las horas avanzan, comparte la transformación que vivió durante la pandemia, cuando la música se detuvo y los músicos se vieron obligados a buscar nuevos horizontes. Este cambio le llevó a Chimalistac, donde descubrió un nuevo camino en medio del silencio, tocando en parques solitarios.
Sus repertorios son variados y dependen del lugar. En Chimalistac, canciones como “A mi manera” y “Bésame mucho” resuenan con mayor entrega, mientras que en otras regiones, los corridos y rancheras como “Caminos de Michoacán” dominan la escena. Su ingenio lo lleva a reconocer que las preferencias del público son un reflejo de su entorno.
Los ingresos que reúne durante sus presentaciones oscilan entre 250 y 300 pesos, cantidad que, si decide quedarse más tiempo, podría aumentar, aunque el regreso a casa más tarde representa un riesgo. Sin embargo, el espacio donde toca le brinda la paz que necesita, lejos de la competencia que enfrenta en Chalco, donde otros músicos buscan el mismo reconocimiento.
Baltazar ha considerado la posibilidad de estudiar en Bellas Artes, pero la realidad económica de su familia lo ha mantenido lejos de esa meta. Sus responsabilidades familiares, en especial tras la accidentada salud de su padre, le obligaron a priorizar su trabajo como músico sobre sus aspiraciones académicas.
El clarinete que posee ahora es el fruto de su esfuerzo, un instrumento de segunda mano que, aunque le ha costado 3 mil 800 pesos, ha demostrado ser de gran calidad. La relación entre Baltazar y la música es un testimonio de su dedicación y amor por el arte, y su deseo de compartirlo con las nuevas generaciones.
A pesar de los obstáculos que enfrenta, Baltazar mantiene la esperanza. Con tres hijas a su cargo, su pasión por la música se entrelaza con el anhelo de un futuro mejor para su familia. Así, en medio del bullicio de Chimalistac, su melodía se alza como una celebración de vida, cultura y perseverancia.
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