Cada año, nuestro planeta ha venido incrementando más y más su temperatura promedio, debido a los altos índices de contaminación que sufre por culpa del ser humano, su negligencia y avaricia. Emisiones contaminantes por combustibles fósiles, incendios forestales provocados intencionalmente para el uso de terrenos para la siembra, así como la tala furtiva y la deforestación; la ejecución de descargas ilegales de residuos químicos y tóxicos a ríos, lagos y océanos; altas concentraciones de población, en espacios reducidos, con su consecuente generación de desechos y altos consumos de agua, la proliferación en el uso de energías sucias y el sobrecalentamiento citadino; son algunas de las principales causas de este caos y destrucción.
Algunas evidencias de ello resaltan al observar con gran tristeza la enorme cantidad de incendios en México. De acuerdo con la información presentada por la Comisión Nacional Forestal, durante los meses de enero a abril se registraron 4 mil 129 incendios forestales, prácticamente todo el país (30 estados); donde las actividades ilícitas (38%) fueron las que más afectaciones provocaron que, junto con las actividades agrícolas (19%), han propiciado el 57% de los incendios.
Recientemente, en Tepoztlá, vivimos uno de los desastres más significativos en la historia del Estado. El incendio localizado en el predio Santo Domingo-Maninalapa en Tepoztlán, Morelos, que arrasó con 350 hectáreas del área protegida.
Este evento causó pérdidas, no solo medioambientales sino, también económicas y sociales. Esta desgracia pudo haber sido menor tan solo si las autoridades hubieran respondido a la emergencia de manera más expedita.
Desafortunadamente, esto se da debido a que no se cuanta con programas presupuestales dignos para atender fenómenos que, cada vez, son más frecuentes por la inconciencia humana, pero menos sustentados por acciones gubernamentales.
Estamos dependiendo, como consecuencia de esta fatal de conciencia gubernamental, de las actividades que emprendan de manera reactiva las organizaciones civiles o la propia comunidad afectada.
Es necesario restablecer el Fondo de Desastres Naturales (FONDEN), y mantenerlo como una “bolsa” de emergencia, a la cual, puedan acceder los gobiernos locales y las comunidades afectadas para subsanar daños provocados por siniestros como estos en sus comunidades.
Adicionalmente, se considera prioritario que el gobierno pueda contar con un presupuesto transparente en el Sistema Nacional de Información y Gestión Forestal (SNIGF) y del Centro Nacional del Manejo Integrado del Fuego, y reestablecer los recursos que se tenían destinados a distintas brigadas forestales y comunitarias.
Morelos es una entidad muy sensible al cambio climático y, por ello, el gobierno estatal debe contar con programas sólidos, que le permitan atender emergencias como la ocurrida en Tepoztlán, de manera rápida y coordinada, con recursos propios y al alcance de la misma a emergencia.
Solo basta con recordar que, tanto autoridades nacionales como organismos internacionales, han alertado de la gran sequía que, hoy en día, impera en México y sus terribles consecuencias si no se hace algo por detener el alto consumo y desperdicio del agua. Evidentemente, esta sequía habrá de ser un factor determinante para la proliferación de incendios. Todo ello será cada vez más común.
¡Es alarmante, vergonzante e indignante que un gobierno al cual le depositamos nuestra confianza no haga lo suficiente para contener los riesgos y atender las emergencias de esta naturaleza!
La pregunta principal que surge ante este escenario es ¿Habrá algo que podamos hacer? ¿Lo hacemos cono sociedad civil o por medio de acciones públicas bien planeadas y sustentadas?