Reflexiones sobre la Independencia: Un Legado Patrio en Tiempos de Crisis
“Morir es nada cuando por la patria se muere”. Esta frase de José María Morelos y Pavón resuena profundamente en la memoria colectiva de una nación que busca fortalecer sus lazos en medio de la violencia, la inseguridad y la impunidad que la aquejan. En este contexto, se hace imprescindible reflexionar sobre la Independencia de 1810 y su relevancia en un México que enfrenta retos significativos.
Luego de más de 215 años, la conmemoración del levantamiento armado y el emblemático “grito” se conservan como los momentos más significativos en la construcción de la identidad nacional. La mezcla del culto a figuras históricas como Miguel Hidalgo, José María Morelos, Ignacio Allende y Juan Aldama con el reconocimiento de mujeres como Leona Vicario y Josefa Ortiz refleja un progreso en equidad de género, que añade nuevas capas al relato histórico.
En esta era de constantes transformaciones, resulta necesario cuestionar qué hace que los valores de una nación perduren. ¿Cómo se institucionalizan los símbolos cívicos que unen a los ciudadanos? ¿Cuál es la clave para integrar lo antiguo con lo contemporáneo de manera efectiva? Estas interrogantes nos llevan a un punto crucial: el centenario de la Independencia, celebrado por Porfirio Díaz, quien con su iniciativa contribuyó a engrandecer la figura del Ángel de la Independencia como un símbolo perdurable.
Díaz, albelatarse con este homenaje, no previó que su propia figura se vería opacada por el poder simbólico del conjunto artístico que creó. Hoy, el Ángel actúa como un símbolo de unión, resignado a ser el refugio de los lamentos y esperanzas de un pueblo conmemorador de su libertad.
A través de las épocas, pocos líderes han logrado replicar la notable capacidad de Díaz para establecer símbolos tan duraderos. Si bien hay intentos de otros presidentes, como los discursos revolucionarios y los murales que promovieron el arte nacional, son escasos los ejemplos comparables que perduren en el imaginario colectivo.
La historia reciente nos revela la oscuridad que rodea a la “Estela de Luz” y al Memorial a las víctimas de la violencia, erigido durante el mandato de Felipe Calderón. Aunque se intentó denunciar la creciente violencia, esos símbolos han terminado revelándose como insuficientes frente a la realidad que sufrimos.
El Memorial, inaugurado en 2013, se erige como un recordatorio de cómo han evolucionado nuestros valores, pasando de la celebración a una resignación que acepta lo aberrante como parte del cotidiano vivir. La desaparición de personas y el dolor de sus familias se han vuelto una constante que desafía nuestra capacidad de aceptación.
Al abordar la celebración de la Independencia, se hace inevitable el compromiso de cuidar y promover los ideales que la inspiraron. Es vital la creación de nuevos símbolos que reflejen los anhelos de un país en busca de una realidad más prometedora. Estas acciones han de acompañar la construcción de un futuro que honre nuestra historia y valores.
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