El Día Mundial del Medio Ambiente, un evento anual celebrado desde 1973 bajo el auspicio del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), se ha consolidado como una plataforma global crucial para la divulgación de problemáticas ambientales. Este año, el foco principal recae en la grave preocupación por la contaminación por plásticos. Cada año, más de 430 millones de toneladas de plástico son producidas y, tristemente, una gran parte de este material se convierte en desecho tras un único uso. La problemática no radica solo en la cantidad desmesurada de plástico, sino también en nuestras costumbres de consumo y, lo más crítico, en la forma en que gestionamos estos residuos, afectando en particular nuestros océanos. Millones de toneladas de plástico se vierten anualmente en estos cuerpos de agua, degradándose hasta convertirse en microplásticos, lo que genera un persistente desafío de contaminación.
El 5 de junio nos invita a reflexionar sobre esta problemática no solo desde una perspectiva alarmista o prohibicionista, sino fomentando la educación y el análisis crítico en busca de soluciones sostenibles. En este escenario, se destacan los avances científicos y las innovaciones tecnológicas como herramientas clave para enfrentar el desafío.
Un ejemplo paradigmático es el caso de Israel, que en los últimos 20 años ha transformado su historia hídrica. A inicios del siglo XXI, el país enfrentaba serias restricciones de agua potable, a pesar de contar con acuíferos, debido a la creciente contaminación y los efectos del cambio climático que resultaron en menos precipitaciones y un aumento de temperatura. Ante esta crisis, en el año 2000, el gobierno israelí decidió implementar un plan audaz: construir cinco megaplantas de desalinización. Esta estrategia innovadora no solo respondió a la necesidad de agua potable, sino que también ofrecía una solución económica y efectiva a la crisis hídrica.
La desalinización, un proceso que extrae la sal del agua de mar, también tiene el potencial de eliminar microplásticos. Aunque su eficiencia puede variar, este proceso aborda múltiples problemas ambientales simultáneamente, asegurando agua potable y protegiendo los océanos.
Dentro de este contexto, la Planta Desalinizadora Sorek en Tel Aviv se erige como un ejemplo notable. Convirtiéndose en uno de los mayores referentes a nivel mundial, esta planta es capaz de transformar el agua del mar Mediterráneo en agua potable, abasteciendo al 80% de los hogares israelitas. La tecnología empleada incluye un complejo proceso de purificación que, a través de filtros y un sistema de ósmosis inversa, permite separar la sal y otras impurezas, asegurando la calidad del agua. Este método no solo resulta más energético eficiente que otros, sino que también genera menos emisiones de gases de efecto invernadero.
A lo largo de un proceso de apenas una hora, miles de litros de agua del mar se convierten en agua potable, destinada a la compañía nacional de agua, Mekorot. Además de asegurar el suministro de agua, la ósmosis inversa contribuye a la reducción de la contaminación marina al eliminar microplásticos en el agua potable, protegiendo al mismo tiempo el ecosistema marino.
Hoy en día, Israel ha logrado la seguridad hídrica necesaria para abastecer a su población y rescatar los mares de la contaminación, respaldado por una cultura que valora la innovación y el cuidado del agua. Esto les ha permitido reducir el desperdicio a menos del 10% y ofrecer agua a naciones vecinas, como Jordania.
Con esta iniciativa, Israel no solo ha enfrentado retos ambientales complejos, sino que también se ha posicionado como un modelo a seguir en la búsqueda de soluciones sostenibles que podrían inspirar a otros países en la lucha contra la crisis ambiental y la contaminación.
Gracias por leer Columna Digital, puedes seguirnos en Facebook, Twitter, Instagram o visitar nuestra página oficial. No olvides comentar sobre este articulo directamente en la parte inferior de esta página, tu comentario es muy importante para nuestra área de redacción y nuestros lectores.
