En los últimos años, la relación energética entre México y Estados Unidos ha experimentado transformaciones significativas, especialmente en el campo del gas natural. México ha pasado de depender en gran medida de la producción interna, a convertirse en un importador neto, manejando complejidades que han despertado tanto oportunidades como retos en el sector.
Desde la administración de Donald Trump, ciertas políticas económicas y comerciales han influido profundamente en la dinámica de esta importación. Bajo su mandato, se promovió una mayor integración en el mercado energético de América del Norte, lo que significó un aumento exponencial en las importaciones de gas natural desde Estados Unidos. Este enfoque no solo buscó satisfacer la creciente demanda interna en México, sino también diversificar las fuentes de energía del país.
Las cifras son reveladoras: en 2020, México importó más del 50% de su consumo total de gas natural, un cambio radical si se considera el contexto de hace menos de una década. Este aumento se ha visto favorecido por la proximidad y la infraestructura existente, como los ductos que cruzan la frontera, lo que facilita el flujo constante de este recurso vital.
Sin embargo, la dependencia de las importaciones también ha planteado preguntas sobre la seguridad energética del país. La infraestructura mexicana de gasoductos ha sido objeto de conflictos, tanto sociales como políticos, que han afectado la operación de estos sistemas. A su vez, esto ha llevado a un debate sobre la sostenibilidad de un modelo que se apoya en el gas natural, especialmente a la luz del creciente interés global por adoptar fuentes de energía renovable y reducir la huella de carbono.
Adicionalmente, las variaciones en las políticas energéticas de Estados Unidos, la administración de Biden ha marcado un cambio de rumbo respecto a las prácticas anteriores, lo que podría afectar las proyecciones de exportaciones hacia México. Esta incertidumbre en torno a las futuras políticas energéticas de EE.UU. ha generado preocupaciones en el sector de la energía en México, que debe adaptarse a las nuevas realidades.
En este contexto, la discusión sobre la transición energética y la necesidad de diversificar las fuentes de energía en México se vuelve aún más pertinente. La interacción entre estos dos países, en términos de energía, es crucial no solo para la economía de ambos, sino también para su compromiso hacia un futuro más sostenible.
La evolución de la relación energética entre México y Estados Unidos es un tema que seguirá en el centro de atención, dado su impacto en la política, la economía y el medio ambiente de la región. La manera en que ambos países manejen sus recursos y colaboren en este ámbito podría definir el rumbo de la energía en América del Norte en las próximas décadas.
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