El Día de Muertos se aproxima, trayendo consigo una de las celebraciones más queridas por los mexicanos. Esta festividad, reconocida como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO, es una hermosa amalgama de arte, gastronomía y ceremonias ancestrales que rinden homenaje a aquellos que han partido.
Para quienes buscan alejarse del bullicio urbano, existen encantadores pueblos mágicos que ofrecen experiencias únicas durante esta temporada, todos a menos de tres horas de la Ciudad de México.
En Mixquic, un emblemático sitio en Tláhuac, las calles se transforman en un mar de luces con velas y flores de cempasúchil. Los pobladores visitan los panteones para rendir homenaje a sus seres queridos, decorando altares con música tradicional. La noche se llena de un aire místico gracias a la procesión con faroles encendidos, lo que convierte a este destino en un lugar imprescindible para experimentar la esencia de la festividad.
A poco menos de dos horas de la capital, Malinalco se viste de gala con sus calles empedradas adornadas con velas y altares monumentales. Durante estos días, el pueblo celebra concursos de ofrendas y desfiles, inundando el ambiente con el aroma del copal y el pan de muerto. Aparte de su rica cultura, los visitantes también pueden explorar su zona arqueológica y deleitarse con su culinaria local.
Chignahuapan, en Puebla, destaca por su Festival Luz y Vida, que resplandece no solo por su producción de esferas navideñas, sino también por sus procesiones, danzas prehispánicas y espectáculos de luces que iluminan el zócalo del pueblo. A unas dos horas y media de la capital, sus ceremonias simbólicas en la laguna que representan el paso al Mictlán atraen a muchos turistas.
Otro destino llamativo es Atlixco, también en Puebla, famoso por el Valle de las Catrinas. Cada año, el pueblo organiza una impresionante muestra monumental que incluye esculturas gigantes, tapetes florales y desfiles temáticos. Esto permite a los visitantes pasear por calles decoradas con flores mientras disfrutan de una gastronomía que incluye delicias como el mole poblano.
Tepoztlán, en Morelos, ofrece una experiencia íntima y tradicional. Durante el Día de Muertos, sus habitantes decoran plazas y casas con altares, mientras que los mercados locales se llenan de calaveritas de azúcar y tamales, convirtiéndolo en un lugar ideal para conectarse con las raíces culturales del país.
En el corazón del Lago de Pátzcuaro, Janitzio se ilumina con miles de velas, donde los habitantes participan en procesiones nocturnas. Este es uno de los destinos más icónicos para celebrar el Día de Muertos, destacando por sus tradiciones y la conexión espiritual de sus familias con sus seres queridos.
Otros lugares que merecen ser mencionados son Taxco, con sus calles coloniales llenas de tradición y color, y Oaxaca, famosa por sus vibrantes ofrendas y desfiles de calaveras. En este último, el centro histórico se transforma en un espectáculo de arte efímero, tapetes de aserrín y mercados de artesanías que se celebran durante la festividad.
La celebración del Día de Muertos no solo es una forma de recordar a los que ya no están, sino también una oportunidad de vivenciar la rica cultura y tradiciones que hacen de México un país único. Así que, si planeas viajar, considera estos pueblos mágicos que ofrecen un sinfín de actividades y experiencias que capturan el espíritu de esta emblemática festividad.
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