Lilia Aguilar, diputada del Partido del Trabajo, no necesita ser instruida sobre la violencia machista; la ha experimentado en primera persona. En abril de 2017, su madre, Matilde Gil, fue reportada como desaparecida. A pesar de la inacción del gobernador Javier Corral, cuatro semanas después apareció su cuerpo, cuya brutalidad despertó la indignación de Aguilar. “Corral se negó a buscarla. Ella lideraba la escuela Genaro Vázquez, y algunos la consideraban un problema”, recuerda.
El caso tuvo consecuencias, con dos personas sentenciadas y otras dos en fuga. La diputada asegura que la justicia no se aplicó debidamente: “Nunca imaginé que obtendría más apoyo del presidente Peña que del gobernador Corral, quien insinuaba que mi madre había desaparecido por haber buscado un amante”, se lamenta. La jueza del caso mostró una actitud inclinada a proteger a Corral, negando la existencia de feminicidio a partir de la falta de huellas de violencia en el cuerpo de Matilde, a quien le quebraron la columna vertebral antes de ser enterrada.
Matilde Gil, activista y educadora, surgió de un contexto que muchos considerarían anacrónico. Provenía de Tabasco, tocaba el piano y bordaba, pero su deseo de ser ingeniera la llevó a desafiar las normas de su tiempo. En su participación en el movimiento estudiantil, conoció a Rubén Aguilar Jiménez, con quien se unió a la guerrilla urbana, dejando a sus hijos temporalmente al cuidado de otros.
Con una infancia marcada por la resistencia social en la colonia Villa, Lilia vivió la persecución política desde su hogar. Su madre los involucraba en actividades de clandestinidad, lo que forjó su carácter político. Al pasar el tiempo, Lilia se unió al PT y se convirtió en diputada a los 23 años. La decepción fue profunda: el deseo de luchar por los derechos de las mujeres se vio enfrentado a la cruda realidad. La política era un campo de batalla corrupto, pero Lilia pronto desarrolló una resistencia.
Su trayectoria académica la llevó a lugares significativos, como trabajar con Porfirio Muñóz Ledo y convertirse en asesoría legislativa, y posteriormente ser becada para estudiar administración pública. Su paso por el Senado fue también crucial, con un creciente interés en la pobreza y el bienestar social.
A pesar de las oportunidades, Lilia eligió permanecer en la política como un legado familiar. Su trabajo legislativo es notable, como su votación en contra del desafuero de Cuauhtémoc Blanco, buscando siempre la coherencia con sus principios.
La historia de Lilia Aguilar es un reflejo de la lucha no solo por sus derechos, sino de un compromiso profundo con la lucha social que la ha marcado desde su infancia. La riqueza de su experiencia personal y su determinación hacen de su figura un ícono de resistencia en un contexto donde la violencia de género sigue siendo un tema de urgente atención.
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