En un acto de profunda significación histórica y simbólica, los restos de Robert Badinter fueron depositados en el Panteón de París, acompañados por su esposa, en una ceremonia que conmemora su papel crucial en la abolición de la pena de muerte en Francia. Este suceso, ocurrido la semana pasada, se presenta como un triunfo del humanismo, un recordatorio de que no debe haber cabida para la ejecución de un ser humano, sin importar la naturaleza de su crimen.
Fue durante el mandato de François Mitterrand, quien capitalizó el fervor popular tras su elección presidencial, cuando se llevó a cabo la abolición de esta práctica inhumana. Aunque se sabía que una parte de la población francesa aún apoyaba la pena capital, Mitterrand y Badinter decidieron aprovechar el impulso político del momento, culminando así la prolongada lucha de este último. La histórica abolición tuvo lugar el 9 de octubre de 1981, y hoy, casi cuatro décadas después, persisten las voces que claman por reinstaurar dicha pena ante la barbarie de ciertos crímenes.
Badinter, reconocido por su elocuencia y persuasión, logró en una ocasión salvar la vida de un condenado preguntando al jurado si estaban dispuestos a “cortar a un hombre en dos”. Esta potente imagen conmovió a quienes debían decidir su destino. Desde la abolición, el castigo alternativo más severo es la cadena perpetua, que en Francia puede ser revisada tras 22 años.
Históricamente, la pena de muerte tuvo diversas modalidades en el país, desde horcas y decapitaciones hasta la guillotina, que se convirtió en el símbolo de la justicia francesa a partir de 1791. A lo largo de los años, intelectuales como Víctor Hugo abogaron por su abolición, pero fue solo en 1981, por iniciativa de Badinter, que se declaró ilegal definitivamente. La última ejecución, la de Hamida Djandoubi, tuvo lugar en septiembre de 1977, marcando el final de una era oscura.
La ceremonia de ingreso de Badinter al Panteón fue majestuosa; su ataúd fue trasladado con honores militares a lo largo del bulevar Saint-Michel. El imponente monumento no solo honra a hombres ilustres, sino también la lucha por un mundo más justo y humano. Sin embargo, la noticia se ensombreció cuando su tumba fue profanada pocas horas después de su inhumación, un acto que plantea interrogantes sobre el fanatismo presente en las sociedades modernas.
El ingreso de Badinter al Panteón simboliza la posibilidad de alcanzar la paz y la fraternidad entre todos los seres humanos, independientemente de su origen, creencias o identidades. En un tiempo donde el extremismo puede amenazar la convivencia pacífica, su memoria se erige como un faro que guía hacia un futuro donde la compasión y el respeto sean la norma.
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