Extraña esfera llameante recorre Andalucía velozmente

La noche del 10 de agosto de 2025, el cielo de la Península Ibérica se transformó en un escenario de maravilla, donde una brillante bola de fuego de tonos anaranjados y blanquecinos surcó la oscuridad poco antes de la medianoche. Este espectáculo visual fue observado por miles de personas en diversas localidades, como Andalucía, Murcia, el sur de Alicante y más tarde, las Islas Baleares. Algunos espectadores interpretaron el fenómeno como una estrella fugaz inusualmente grande, mientras que otros lo asociaron con un meteorito. Sin embargo, el origen de esta luminiscencia era mucho más sorprendente: se trataba de un fragmento de tecnología humana, específicamente la cuarta etapa de un cohete chino Jielong-3, que había sido lanzado días antes desde el Mar Amarillo.

El Doctor en Astrofísica José María Madiedo, investigador del Instituto de Astrofísica de Andalucía, aclaró que el objeto ingresó a la atmósfera terrestre a una velocidad de aproximadamente 29,000 kilómetros por hora, cruzó la Península y se dirigió hacia el Mediterráneo. Este fenómeno no se debió a un meteorito, sino a la reentrada de un fragmento artificial.

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Este evento cósmico fue seguido de cerca por la comunidad astronómica. La red de detectores del proyecto SMART, coordinada por el Instituto de Astrofísica de Andalucía, registró el paso de la bola de fuego en stationes distribuidas a lo largo del territorio español. A medida que el objeto entró en la atmósfera, se volvió incandescente y se fragmentó, generando un espectáculo visual que se diferenciaba clara y notablemente de las lluvias de estrellas naturales, como las Perseidas. A pesar del asombro provocado, la mayoría de los fragmentos del cohete se desintegraron antes de alcanzar el suelo, y aquellos que sobrevivieron aterrizaron en aguas del Mediterráneo, lejos de cualquier zona habitada.

El avistamiento coincidió curiosamente con la temporada alta de las Perseidas, lo que provocó confusión entre los observadores. Fueron muchos los que compartieron en redes sociales vídeos y fotografías, convencidos de que estaban presenciando una “superperseida”. Sin embargo, la aclaración llegó rápidamente: el fenómeno del 10 de agosto no tenía relación con la lluvia de meteoros, sino que era un claro recordatorio de la creciente problemática de la basura espacial en nuestra órbita.

En la actualidad, se estima que existen más de 36,000 objetos mayores de 10 centímetros orbitando la Tierra, además de millones de fragmentos más pequeños. La mayoría de estos son restos inactivos de cohetes, satélites fuera de servicio y piezas desprendidas tras colisiones. Aunque muchos de estos objetos se destruyen al reingresar, el control sobre sus trayectorias a veces es complicado, lo que ha llevado a las agencias espaciales a implementar protocolos para gestionar de manera segura los desechos espaciales.

La naturaleza de este avistamiento permite distinguir claramente entre un meteoro natural y un objeto humano. Los meteoros suelen aparecer como destellos rápidos y brillantes, en contraste con la trayectoria más lenta y fragmentada de los objetos artificiales, que dejan estelas visibles en el cielo.

A través de estos extraordinarios eventos, la ciencia tiene la oportunidad de conectar con el público en general. La fascinación generada por el fenómeno del 10 de agosto no solo ilumina la importancia de monitorear y gestionar los desechos espaciales, sino que también invita a la curiosidad y a la participación activa de la gente en la observación del cosmos.

En resumen, lo que aconteció aquella noche sobre el Mediterráneo no fue solo un espectáculo visual, sino un recordatorio del impacto humano en el espacio, al tiempo que incentivó un diálogo valioso sobre la gestión de los residuos en nuestra órbita.

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