Influyente, formador de sacerdotes y obispos y rostro del apego de una parte de la Iglesia católica chilena al poder económico y social, Fernando Karadima murió este domingo en Santiago de Chile a los 90 años. Falleció en una residencia sin haber pasado ni un día en prisión, pese a que el ex religioso —expulsado recién hace tres años— fue comprobadamente un abusador sexual y espiritual desde la acomodada parroquia El Bosque, en la capital chilena.
Símbolo de la doble moral de la institución, que llevó al papa Francisco a una histórica limpia luego de su accidentada visita al país en 2018, Karadima ha sido catalogado como el Marcial Maciel chileno. Tres de sus víctimas, que se atrevieron a destapar la trama hace más de una década, se han transformado en activistas incansables de la lucha contra la cultura del abuso y el encubrimiento en la Iglesia católica que destrozó innumerables vidas de niños y jóvenes tanto en Chile como alrededor del mundo.
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“Ha muerto Fernando Karadima, exsacerdote católico que abusó sexual y espiritualmente de muchas personas, entre ellas, nosotros”, escribieron el lunes el periodista Juan Carlos Cruz, el médico James Hamilton y el doctor en Filosofía José Andrés Murillo, que dirige la Fundación para la Confianza, que lucha contra el abuso sexual infantil. “Todo lo que teníamos que decir de Karadima está dicho.
Él era un eslabón más en esta cultura de perversión y encubrimiento en la Iglesia. Nosotros estamos en paz y solo nos mueve seguir luchando para que estos crímenes no vuelvan a pasar y por tantas personas que lo han vivido y que aún no tienen justicia”, expresaron los denunciantes del caso Karadima, que el año pasado publicaron el libro Abuso y poder. La historia de su lucha contra la Iglesia Católica.
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Sacerdote diocesano nacido en 1930, en Antofagasta, en el norte de Chile, construyó una especie de secta desde la parroquia El Bosque, en el acomodado municipio de Providencia de la capital chilena, donde en paralelo formó un imperio financiero. Desde este lugar, Karadima empujó la Acción Católica, una rama conformada por jóvenes laicos, y la Pía Unión Sacerdotal, constituida por seminaristas y sacerdotes que le debían devoción y lealtad, incluso por sobre la jerarquía de la Iglesia.
Fue el engranaje perfecto para perpetrar sus abusos impunemente por décadas, porque no solo era un religioso formador de nuevas vocaciones sacerdotales —por lo que era considerado casi un santo por los feligreses y los discípulos—, sino porque desde este espacio fue ganando influencia entre la clase alta chilena. En la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990), cuando una buena parte de la Iglesia se dedicó de lleno a la lucha por los derechos humanos desde la Vicaría de la Solidaridad, Karadima marcaba diferencias con la oposición y apoyaba al régimen militar.
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Tanto laicos como sacerdotes fueron parte de sus víctimas. Ordenado en 1958, en sus décadas de sacerdocio normalizó los besos cerca de la boca y las palmadas en el trasero a jóvenes y aspirantes a religiosos. Para sus abusos en mayor grado elegía a adolescentes con alguna vulnerabilidad y los premiaba con mayores responsabilidades en la parroquia El Bosque.
Fue en su habitación, a un costado del templo, donde cometió buena parte de los abusos. Cuando se destaparon en 2010, sus influyentes círculos de adherentes intentaron interferir a su favor en la Fiscalía y el Vaticano. A comienzos de 2018, cuando el papa Francisco visitó Chile, su gira se derrumbó luego de apoyar públicamente al obispo Juan Barros, encubridor del caso. “No hay ninguna sola prueba en su contra, todo es calumnia”, aseguró el sumo pontífice.