En el mundo del fútbol, la posesión de la pelota es un indicador de la capacidad de un equipo para mantener el control del partido y, por ende, mejorar sus opciones de ganar. Sin embargo, en muchas ocasiones, tener el balón no siempre es sinónimo de jugar bien. Un ejemplo de ello lo encontramos en la selección de Francia durante la última Eurocopa de Fútbol.
A lo largo del torneo, Francia tuvo la posesión de la pelota más que en ediciones anteriores, pero su juego no fue tan efectivo como en anteriores ocasiones. Esta paradoja entre el dominio del balón y la falta de claridad en el juego, se convirtió en una tónica frecuente en los partidos de los galos.
La Eurocopa del 2024 nos ofreció un ejemplo concreto de cómo el estilo de juego de una selección puede evolucionar. Francia, en el pasado, supo básicamente resolver los partidos mediante jugadas individuales de sus estrellas, con un juego posicional que no se caracterizaba por el control del balón. Sin embargo, en esta última edición, se apostó por un juego más controlado y técnico, buscando generar más ocasiones de gol a través del control de la pelota.
Francia, sin embargo, no supo hacer efectivo su dominio sobre la pelota en los partidos, convirtiéndose en una selección predecible y poco efectiva de cara al arco rival. El hecho de haber tenido la pelota más que sus rivales no les permitió tener una efectividad en el juego que les permitiera superar su propio toque, lo que generó que se quedaran en camino en las etapas finales del torneo.
En resumen, la Eurocopa del 2024 nos enseñó que no es suficiente tener la posesión de la pelota en un partido de fútbol para asegurar la victoria. Un equipo debe ser capaz de utilizar ese dominio en el campo y convertirlo en jugadas de peligro que permitan llegar al arco contrario. Para ello, es necesario que los equipos tengan una idea clara de juego y que sepan aprovechar sus oportunidades en el campo, independientemente del estilo de juego que se adopte en cada momento.
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