La riqueza cultural de las bordadoras mayas en Yucatán es un testimonio de la resistencia y adaptabilidad de sus tradiciones a lo largo de los siglos. Desde tiempos remotos, estas mujeres han cultivado un patrimonio que refleja la fusión de influencias prehispánicas, coloniales y contemporáneas, convirtiéndose en guardianas de un legado único.
El compromiso de estas bordadoras con su comunidad es evidente. A través de la participación comunitaria, han logrado gestionar sus recursos de manera efectiva, manteniendo vivas sus tradiciones. Ellas son las responsables, con autoridad y control, de las decisiones sobre su patrimonio cultural inmaterial.
El libro “El bordado maya de Yucatán: Patrimonio vivo” documenta la evolución de esta técnica, describiendo un lenguaje de puntadas que se ha desarrollado a lo largo de los siglos. En la época prehispánica, las bordadoras utilizaban puntadas universales como contorno, hilván y festón. Con la llegada de los colonizadores españoles, nuevas técnicas, como el cokbilchuy, se integraron a sus prácticas sobre mallas y telas traídas de otros lugares.
El siglo XIX trajo consigo el uso del chuyk’ab, o punto de satín, y se mantuvo el xmaniktéx, una técnica de probable origen prehispánico. La introducción de la máquina de pedal revolucionó la producción, permitiendo a las familias campesinas obtener ingresos adicionales durante tiempos de crisis, mientras preservaban su destreza artesanal. Esta máquina significó un cambio en la producción: aunque facilitó una mayor velocidad, no eliminó el toque personal de cada pieza.
En el siglo XX, la llegada de la máquina 20U de motor como complemento a la máquina de pedal introdujo nuevas posibilidades. Algunas técnicas tradicionales, como la rejilla y el calado, continuaron aplicándose de manera artesanal, exigiendo una coordinación meticulosa entre manos y pies, lo que aseguraba la singularidad de los productos. Sin embargo, la irrupción del bordado digital en décadas recientes marcó un quiebre importante. Si bien permitió una mayor producción en serie, creó tensiones con el bordado artesanal, ya que en ocasiones desdibujó la línea entre lo hecho a mano y lo industrial.
Un aspecto poco conocido pero crucial de esta historia es el impacto de la época colonial en la producción textil. Durante tres siglos de dominio, las mujeres mayas enfrentaron tributos que las obligaban a tejer telas lisas, lo que resultó en la desaparición de los brocados ancestrales que adornaban sus textiles. Al finalizar el dominio español, ya a inicios del siglo XIX, aquellos patrones ricos y cargados de simbolismo se esfumaron de su memoria colectiva, dejando en su lugar la práctica del bordado a mano.
La historia de las bordadoras mayas es una narrativa de resistencia y adaptación. A medida que las técnicas y contextos han evolucionado, su papel como custodias de una herencia cultural invaluable sigue siendo fundamental. Su trabajo no solo representa una forma de expresión artística, sino también un vínculo con sus antepasados y un medio para continuar celebrando su identidad.
Gracias por leer Columna Digital, puedes seguirnos en Facebook, Twitter, Instagram o visitar nuestra página oficial. No olvides comentar sobre este articulo directamente en la parte inferior de esta página, tu comentario es muy importante para nuestra área de redacción y nuestros lectores.

