Durante cinco décadas, Froylán Correa vivió de la pesca en el emblemático Lago de Pátzcuaro. Sin embargo, su vida ha tomado un nuevo rumbo: se ha convertido en un ferviente protector del achoque, una salamandra considerada un elixir en la cultura mexicana por su notable capacidad para regenerar órganos.
El achoque, pariente del famoso ajolote, se encuentra “críticamente amenazado”, según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN). Esta especie enfrenta serios peligros, como la pesca excesiva, la contaminación del agua y la reducción de su hábitat en el estado de Michoacán.
En respuesta a esta crisis, biólogos de la Universidad Michoacana han involucrado a la comunidad indígena de San Jerónimo Purenchécuaro en un innovador proyecto de reproducción del achoque, ofreciendo a los pescadores una forma de sustento a cambio de su colaboración. Froylán, ahora en sus sesenta, ha asumido el papel de recolector de huevos de este anfibio, contribuyendo con su vasto conocimiento del lago.
Los huevos recolectados son llevados al laboratorio del biólogo Rodolfo Pérez, donde se realiza la incubación. Posteriormente, los jóvenes achoques son devueltos a los pescadores, quienes los cuidan hasta que están listos para ser liberados en su entorno natural, como explica Israel Correa, pariente de Froylán. El achoque, que pertenece al género Ambystoma, ha atraído la atención de la ciencia por su asombrosa capacidad para regenerar extremidades y porciones de órganos como el cerebro y el corazón.
Desde tiempos prehispánicos, el achoque ha sido valorizado como alimento y remedio, con propiedades nutricionales y curativas, especialmente en enfermedades respiratorias. Su piel presenta una paleta de colores que lo hace prácticamente imperceptible en su entorno.
Las leyendas locales relatan que el achoque era una deidad malvada que buscó refugio en el lago para escapar del castigo de seres superiores. Sin embargo, hoy en día, este anfibio enfrenta un futuro incierto. El biólogo Rodolfo Pérez advierte sobre su peligro de extinción y busca maximizar la cantidad de huevos eclosionados con la ayuda de los pescadores.
No obstante, este esfuerzo no está exento de desafíos. “Hemos enfrentado muchos obstáculos”, menciona Pérez, destacando la dificultad de proporcionar una compensación económica adecuada para los pescadores, quienes deben brindar atención constante a los achoques. “No podemos dejar un día sin venir porque si no se nos mueren”, subraya Israel Correa, enfatizando la dedicación del equipo.
La colaboración entre científicos e indígenas ha resultado en una población “estable” de entre 80 y 100 achoques en una pequeña porción del lago, afirma Luis Escalera, colega de Pérez en la Universidad Michoacana. Sin embargo, esta cifra sigue siendo alarmantemente baja en comparación con la cantidad que habitaba el lago hace 40 años.
La historia del achoque no solo destaca la problemática de la extinción de especies sino también la unión de esfuerzos entre comunidades locales y científicos, en un intento por revertir la tendencia y asegurar la supervivencia de esta notable salamandra.
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