En abril de 2005, el filósofo francés Bernard-Henri Lévy se encontraba en el apogeo de su carrera, llevando su visión intelectual a la Escuela de Relaciones Internacionales de la Universidad Johns Hopkins en Washington. Durante un intercambio de preguntas, alguien le planteó la inquietante cuestión de si Europa podría evitar convertirse en “Eurabia”. Él, con una respuesta tan contundente como provocadora, preguntó: “¿Cree usted que California va a poder evitar convertirse en ‘Mexifornia’?” Estas palabras, aunque breves, resonaron con una profundidad que sigue siendo relevante en la actualidad.
Casi 20 años después, el término “Eurabia” ha desaparecido de la Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos, un documento que articula las principales amenazas y prioridades estratégicas para el país. En su lugar, la administración estadounidense ha puesto de relieve que Europa podría estar enfrentando un “borrado civilizatorio”, impulsado por una combinación de factores: una inmigración descontrolada que pone en jaque la cohesión social, un estancamiento económico persistente y una erosión de la libertad política. Estas preocupaciones sugieren una Europa envejecida, habitada por una población diversa y culturalmente fragmentada, que, a juicio de Washington, se convertiría en un socio cada vez menos fiable.
No obstante, este diagnóstico se vuelve más complejo al contrastarlo con los datos demográficos de Estados Unidos. A pesar de la percepción de que Europa carece de dinamismo en su crecimiento poblacional, los números indican que ambas regiones enfrentan problemas similares. Mientras que en la Unión Europea, la tasa de fecundidad se encontraba en 1,38 hijos por mujer en 2023, en Estados Unidos ese número había caído a 1,62, el nivel más bajo desde que existen registros. Esta tendencia demuestra que tanto Europa como Estados Unidos comparten un envejecimiento poblacional y una disminución en la natalidad que da pie a un planteamiento más profundo del problema.
Es interesante observar que, aunque Europa enfrenta una baja tasa de fecundidad, circunstancias similares se advierten en Estados Unidos. Las opiniones sobre la importancia de tener hijos han disminuido drásticamente, pasando del 59% en 1998 al 24% en 2023. Este fenómeno, lejos de ser un manifiesto de cambio cultural, resalta una necesidad aritmética: ambos continentes requieren inmigrantes para sostener sus economías crecientes y prevenir un colapso demográfico.
Sin embargo, la inmigración no es la panacea. Aunque las mujeres inmigrantes tienden a tener más hijos, su tasa de fecundidad tiende a converger con la media del país de acogida a medida que las generaciones avanzan. Esta realidad plantea un desafío notable: ni Europa ni Estados Unidos pueden externalizar su problema demográfico; ambos deben encontrar soluciones estructurales para el descenso de la natalidad.
Curiosamente, la percepción de que la inmigración representa una amenaza cultural se ha manifestado en ambos lados del Atlántico. En Estados Unidos, el nativismo ha resurgido con fuerza, cargado de un contexto histórico que recuerda las olas migratorias de fines del siglo XIX y principios del XX. A lo largo de la historia, grupos recién llegados han enfrentado estigmas similares a los que se enfrentan hoy en día.
En este contexto, es fundamental observar que los inmigrantes suelen apoyar firmemente los principios democráticos y los derechos humanos, a menudo en mayor medida que la población nativa, hecho que contrasta con las narrativas que asocian la inmigración con la erosión de la cultura. A menudo, las diferencias en cuestiones de género, familia y religión entre las primeras y segundas generaciones tienden a diluirse, presentando, a largo plazo, una amalgama cultural más cohesiva.
En el plano económico, la Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos critica la relevancia de Europa, pero este diagnóstico resulta ser al menos parcial. Aunque la brecha en el PIB per cápita se ha mantenido, el crecimiento europeo, aunque más lento, no ha sido catastrófico. Además, el método utilizado para calcular el crecimiento varía entre ambas regiones, lo que sugiere que la diferencia podría ser menor de lo que parece.
En última instancia, el auténtico desafío que enfrenta Europa no radica en su demografía ni en su cultura, sino en la capacidad de sus empresas para crecer y escalar. Esta dinámica empresarial ha sido objeto de estudios que muestran que el verdadero crecimiento económico reside en la habilidad de las empresas jóvenes para expandirse, una realidad que ambas regiones deben abordar en su búsqueda de un futuro próspero.
A medida que el debate sobre la inmigración y el crecimiento económico avanza en Europa, se anticipa que se reflejarán preocupaciones similares en Estados Unidos. La dinámica entre estas dos regiones conecta no solo en términos de economía, sino en una transformación cultural que sigue en marcha. Mientras seguimos observando cómo se desarrollan estos procesos, queda claro que tanto Europa como Estados Unidos enfrentan retos significativos, pero también oportunidades para reinventarse y adaptarse a las realidades cambiantes del mundo.
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