Un feto crece en el útero de forma exponencial: mide menos que un grano de arroz tras el primer mes de embarazo, alcanza el tamaño de un aguacate en la semana 16 y multiplica su velocidad de crecimiento hasta las dimensiones de una sandía el final de la gestación (semana 40). De media, un bebé nace con algo más de tres kilos de peso y 50 centímetros de talla. Pero hay un porcentaje, alrededor del 10% de los nacimientos, donde este crecimiento fetal se ralentiza y la criatura llega al mundo con bajo peso, por debajo de los 2,5 kilos, entre otras variables. Esta situación, en los casos más graves, eleva el riesgo de mortalidad perinatal, retrasos en el neurodesarrollo y problemas en la salud metabólica y cardiovascular. Pero no hay tratamiento para combatirlo o prevenirlo. O, al menos, no lo había hasta ahora. Investigadores del BCNatal, el área maternofetal del Hospital Clínic y el Sant Joan de Déu de Barcelona, han demostrado que una intervención dirigida de mindfulness o dieta mediterránea a la madre durante el embarazo reduce un tercio la frecuencia de bajo peso al nacer.
Esta investigación, publicada en la prestigiosa revista JAMA es, según los autores, el primer paso para marcar un punto de inflexión en el abordaje de algunos problemas en el embarazo. El bajo peso al nacer puede provocar secuelas en el desarrollo cerebral del bebé y un impacto en la salud que llega a la edad adulta, pero no hay medicamento, ni preparado que funcione para combatirlo, explica el doctor Eduard Gratacós, director de BCNatal y autor del estudio: “No hay nada, ningún tratamiento ha tenido éxito. Sabemos que hay una asociación entre el estrés y la calidad de la nutrición: habíamos caracterizado la asociación entre el estrés y la mala alimentación, pero no sabíamos si esto se podía abordar cambiando el estilo de vida”.
Y ese fue el planteamiento con el que arrancó el estudio, de nombre Impact: intentar cambiar el estilo de vida de la madre para ver si tenía impacto, no solo en la calidad de vida de la gestante, sino también en el desarrollo del feto. Así, los investigadores siguieron durante tres años a más de 1.200 embarazadas con alto riesgo de que el bebé naciera con peso. Esto es, gestantes de edad avanzada, con enfermedades de base, fumadoras o complicaciones en embarazos previos, entre otras variables.
Los investigadores dividieron a las participantes en tres cohortes: un grupo de control al que no se le haría ninguna intervención, otro que se sometería a una dieta mediterránea y un tercero que se reforzaría con ejercicios de mindfulness. Al segundo, explica la doctora Francesca Crovetto, del Hospital Sant Joan de Déu, “se le modificó el patrón alimentario general, incorporando cereales integrales, dosis correctas de proteínas, muchos vegetales y frutas… y, además, tenían una visita mensual con una nutricionista que modificaba su pauta de comer”. El tercer grupo se sometió a un programa de ocho semanas de mindfulness para reducir el estrés, con sesiones una vez por semana, meditación y yoga guiado por la instructora e, incluso, un día entero de retiro.
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El resultado fue “claro y contundente”, resuelve la doctora Fàtima Crispi, del Servicio de Medicina Maternofetal de BCNatal y coautora del estudio: “Sabíamos que mejorando la nutrición y el estrés de las madres, mejorábamos su bienestar. Pero logramos también reducir el porcentaje de bebés que nacieron con bajo peso”. En el grupo control, el 21,9% de las criaturas tuvieron un tamaño por debajo del percentil 10, el umbral para considerarlo bajo peso. En el grupo al que se le modificó el patrón alimentario, el porcentaje de niños con retraso en el crecimiento gestacional fue del 14% y, entras las madres que participaron en el programa de mindfulness, los neonatos con bajo peso fueron el 15,6%.
El hallazgo es, en palabras del médico, “un cambio de paradigma”. “Una de las cosas que sugiere Impact es que no solo se reduce el bajo peso, sino que se cambia también la configuración cerebral de la madre y el feto, cambia la microbiota, hay cambios epigenéticos e, incluso, puede producir cambios en el ADN”. El estudio ha sido evaluado por tres equipos estadísticos de primer nivel de la revista JAMA para garantizar la robustez de los datos, apostilla Gratacós.
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