La visión de una economía mexicana “estancada” puede estar basada más en interpretaciones sesgadas de ciertos indicadores y relatos anecdóticos que en un análisis macroeconómico exhaustivo. A pesar de los desafíos visibles en sectores vulnerables al ciclo externo, la evidencia no respalda la idea de un estancamiento generalizado ni de una inminente recesión.
Recientemente se reportó que en el tercer trimestre de 2025, la actividad económica sufrió una contracción del 0,3% en términos trimestrales, un movimiento atribuido principalmente a caídas en los sectores de manufactura y construcción, los cuales son especialmente sensibles a la incertidumbre del comercio internacional. Sin embargo, este retroceso parece ser más un deslizamiento sectorial que un colapso amplio de la economía. En rigor, la definición convencional de recesión exige, al menos, dos trimestres consecutivos de contracción, un escenario poco probable en el presente contexto. De hecho, ya en el arranque del cuarto trimestre, los datos de octubre mostraron un crecimiento del 1% mensual, uno de los aumentos más significativos del año.
Un análisis conservador sugiere que, aún si noviembre y diciembre no registraran crecimiento adicional, el Producto Interno Bruto (PIB) del cuarto trimestre podría crecer cerca del 0,8% trimestral, cifra que supera el crecimiento promedio histórico y desafía la narrativa de un estancamiento inminente.
El consumo de los hogares, un indicador crucial, también se ha mantenido robusto. Durante el tercer trimestre, se alzó un 1,1% en términos trimestrales, evidenciando la resistencia de la demanda interna a pesar de un contexto global incierto. Más aún, los datos de octubre apuntan a un aumento considerable en el comercio minorista y los servicios de esparcimiento, con crecimientos de 1,8% y 3,5% mensual, respectivamente. Las ventas de minoristas también se incrementaron un 2,6% anual en noviembre, en comparación con el 1,3% de octubre, lo que desmiente la idea de un deterioro del consumo hacia el final del año.
Además, las recientes medidas de política comercial y ajustes fiscales han tenido un impacto limitado sobre la inflación, ya que la mayoría de las importaciones afectadas provienen de países con los que México mantiene tratados comerciales vigentes. Aproximadamente el 85% de estos insumos proviene de fuentes que mitigan el riesgo de incrementos de precios, lo que sugiere un efecto contenible sobre los precios finales. Para los bienes finales, esa proporción es algo menor —poco más del 50%—, lo que se alinea con el objetivo de fomentar la producción nacional sin interrumpir las cadenas de suministro ni generar presiones inflacionarias significativas.
En conclusión, las señales que emergen del panorama económico no respaldan la idea de un estancamiento inminente, sino que sugieren un dinamismo y una recuperación sostenibles, a pesar de los desafíos sectoriales. Mientras la economía mexicana navega por un entorno complejo, permanece en una trayectoria que asoma ser más resiliente de lo que se podría pensar.
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