En 1902, el presidente venezolano Cipriano Castro lanzó un grito de unidad nacional contra el bloqueo naval impuesto por potencias europeas como Gran Bretaña, Alemania e Italia, que exigían el pago de deudas. Esta agresión fue respondida mediante la aplicación de la Doctrina Monroe por Estados Unidos, marcando el inicio de una era donde la influencia estadounidense en América Latina se reafirmó. Los Protocolos de Washington respaldaron esta política, subrayando el control de EE. UU. sobre su “patio trasero”.
Más de un siglo después, Nicolás Maduro evoca las palabras de Castro, enfrentando un despliegue militar ordenado por Donald Trump en el Caribe que amenaza su gobierno. Bajo la presión de sus asesores, Maduro adoptó un discurso patriótico, aunque contradicciones emergieron, especialmente al mencionar la liberación de prisioneros políticos, algo que, hasta la fecha, no ha ocurrido.
La defensa del chavismo, similar a la de Castro, enfrenta no solo un bloqueo naval histórico, sino también la firme oposición de un Estados Unidos que busca reafirmar su poder en la región. Mientras que Castro fue considerado un líder legítimo en la defensa de su nación, Maduro se encuentra en una posición cuestionada por la violencia ejercida contra su pueblo. Sin embargo, el objetivo de ambos gobiernos ante el uso de la fuerza externa ha sido claro: forzar decisiones en el contexto político.
El nuevo enfoque geopolítico de Washington, que Trump ha reafirmado, ha transformado el tablero en América Latina. Los intereses estadounidenses buscan someter a la región, y su mensaje es claro: América Latina debe alinearse con ellos. La moderna versión de la Doctrina Monroe, ahora apodada “Doctrina Donroe”, combina tácticas coercitivas y una estrategia de intervención en la política interna de los países latinoamericanos.
Las recientes tensiones han renovado esperanzas entre algunas naciones oprimidas, que ven en esta presión una oportunidad de cambio. Sin embargo, la actual situación de bloqueo y presión sobre el chavismo se extiende también a países como Cuba y Nicaragua, donde se teme que la inestabilidad en Venezuela influya en sus contextos locales.
Durante la cumbre de Mercosur, el brasileño Lula da Silva advirtió que una intervención armada en Venezuela podría desencadenar una crisis humanitaria a nivel regional. En contraste, el argentino Javier Milei, afín a la postura de Trump, instó a una mayor presión sobre Maduro, mostrando así las divisiones en los nuevos bloques políticos emergentes en la región.
El entorno actual revela una mayor intervención por parte de Estados Unidos, no solo a través de sanciones, sino también en cuestiones de seguridad y relaciones comerciales que, en varios casos, han cambiado el enfoque diplomático tradicional. Esta presión incluye negociaciones comerciales intensificadas, donde EE. UU. se muestra dispuesto a actuar decisivamente en asuntos de seguridad, especialmente con respecto a los cárteles de narcotráfico en México.
Mientras tanto, el despliegue de fuerzas estadounidenses en el Caribe parece más que un simple movimiento estratégico relacionado con Venezuela; refleja un intento más amplio de recuperar la hegemonía perdida en la región, lo que también está incitando a otras naciones a replantear sus políticas y alianzas.
Con un futuro incierto, América Latina se ve inmersa en debates sobre el papel de Estados Unidos y las dinámicas de poder que forman los nuevos ejes de cooperación y confrontación. La calidad de la democracia y los derechos humanos en la región penden de decisiones cruciales que se tomarán en los próximos años.
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