El Papa Francisco ha dejado un legado profundo en la Iglesia y en el mundo, un testamento marcado por un sueño transformador. Monseñor Piero Coda, secretario general de la Comisión Teológica Internacional, resalta que “soñar” no es solo una expresión poética, sino una necesidad esencial que el pontífice ha promovido a lo largo de su liderazgo. Este enfoque se centra en la difusión del Evangelio, que no solo representa un mensaje espiritual, sino una acción teológica que busca el bienestar integral de la humanidad.
La esencia de este legado radica en la convicción de que la Iglesia es el vehículo del Evangelio, no como una posesión exclusiva, sino como un mensajero de la buena nueva. Esto se manifiesta en el compromiso del Papa con la paz, la defensa de los migrantes y la protección del medio ambiente, acciones que Coda considera profundamente teológicas.
Durante su elección, Francisco hizo un gesto simbólico que marcó el inicio de un camino de renovación inspirado en el Concilio Vaticano II. Se inclinó ante el pueblo y pidió su bendición para cumplir con su ministerio, subrayando la idea de la Iglesia como un pueblo de Dios que incluye a todos, independientemente de su pertenencia religiosa.
Coda señala que la relación entre las enseñanzas del Papa y el Concilio es fundamental. Cuando Francisco se refiere a una “Iglesia pobre y para los pobres”, está abrazando los principios del Concilio, reflejando una pobreza que emana del amor de Cristo. Este enfoque resalta una actitud hacia la inclusión y la justicia, vinculando los principios de la Iglesia con las realidades contemporáneas.
A lo largo de su papado, Francisco no ha perdido de vista el legado del Concilio Vaticano II, lo cual ha sido considerado esencial para el desarrollo de la Iglesia en el siglo XXI. A pesar de no haber participado en los trabajos del Concilio, su comprensión de la esencia de sus enseñanzas resulta ser una guía luminosa en su camino.
La convocación de un proceso sinodal, que incluye a toda la comunidad cristiana, busca concretar las ideas planteadas por el Concilio y construir una Iglesia más participativa y menos jerárquica. Este esfuerzo resalta una visión colaborativa que busca superar las estructuras tradicionales.
La primera encíclica de Francisco, Lumen fidei, que fue iniciada por Benedicto XVI, marca una continuidad significativa. Este documento coloca la fe no solo en la creencia en Jesús, sino en una relación activa con Dios y la historia. Esta continuidad se correlaciona con su última encíclica, Dilexit nos, donde se enfatiza que la fe está intrínsecamente conectada con el amor divino y humano, una invitación a generar un cambio social a partir del amor.
Los compromisos del Papa en cuestiones de paz y medio ambiente son reconocidos, por Coda, como manifestaciones teológicas específicas. El magisterio de Francisco se basa en la idea de que el Evangelio transforma el corazón humano, provocando cambios sociales y culturales significativos.
Monseñor Coda describe al Papa como un profeta en tiempos de polarización y desafíos globales. Su mensaje aboga por un servicio a los más desfavorecidos, enfatizando la construcción de justicia y fraternidad en un mundo que a menudo se enfrenta a la technocracia y al uso de la violencia para la imposición de ideologías.
Con este enfoque, se presenta un camino claro hacia una Iglesia que se esfuerza no solo por ser un testimonio de fe, sino un catalizador para un cambio profundo en la sociedad. Este legado, que sigue resonando, invita a todos a reflexionar sobre el papel de la fe en un mundo que necesita, más que nunca, de la bondad y la solidaridad.
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