Desde 1979, la creación de la República Islámica de Irán marcó un cambio drástico en la geopolítica de la región, tras el derrocamiento del Sha y el ascenso del Ayatollah Jomeini como líder de la revolución. La teocracia iraní estableció rápidamente a dos enemigos principales: Estados Unidos, a quien denominaron el “Gran Satán”, y a Israel, considerado un Estado hereje en su visión rígida e intolerante.
A lo largo de 46 años, Irán ha mantenido la ambición de eliminar a estos “elementos malignos”. Su estrategia ha implicado ataques constantes a intereses estadounidenses en el Medio Oriente y atentados contra instituciones judías, como el ataque a la embajada israelí en Buenos Aires. Estas acciones son un reflejo de la política de estado del régimen de los ayatolas, que siempre ha considerado la destrucción de Occidente como una meta fundamental.
La expansión de Irán no se limitó a sus fronteras; promovió el surgimiento de grupos chiitas, como Hezbolá en Líbano, milicias en Irak y los hutíes en Yemen, y mostró su poder militar a través de un ataque coordinado a las instalaciones petroleras de Aramco en Arabia Saudita en 2022. Este compromiso de expandir su influencia pone de relieve el creciente papel de Irán en la política regional.
Uno de los objetivos centrales de Teherán ha sido la obtención de armamento nuclear, considerado un medio esencial para imponer su voluntad en el Medio Oriente. Aunque la diplomacia ha intentado contener esta amenaza nuclear, los esfuerzos solo han tenido éxito de manera parcial. El programa de enriquecimiento de uranio de Irán es visto como un pilar de su poder, generando preocupaciones sobre el posible uso indebido de dicha arma.
A pesar de que otros países tienen armamento nuclear, la narrativa iraní deja en claro que su intención de destruir Israel y atacar a Estados Unidos y a Occidente es genuina. La desaparición de sus aliados en la región ha intensificado la necesidad del régimen de contar con un dispositivo nuclear en su arsenal. La decisión de atacar las instalaciones nucleares iraníes por parte de líderes como Trump y Netanyahu no solo responde a la política interna, sino también al reconocimiento de una amenaza real que persiste.
Los desafíos son evidentes: intentar imponer un régimen alternativo en Irán desde fuera sería tan arriesgado como permitir que los ayatolas mantengan el control sobre armamento nuclear. Así, la tensión en la región continúa siendo una cuestión de significativa relevancia, cuyo desenlace podría tener repercusiones globales. Este panorama, en el contexto actual, nos recuerda que las dinámicas de poder, los intereses regionales y las amenazas nucleares siguen configurando un escenario complejo y peligroso en el Medio Oriente.
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