El emperador Nerón ordenó el asesinato de su madre, Agripina la Menor, en el año 59 d.C., en un acto que no solo estremeció a Roma, sino que redefinió la forma de ejercer el poder imperial.
El matricidio, lejos de ser un impulso emocional, fue una decisión política planeada por el propio emperador. Agripina, una figura influyente y ambiciosa, había sido pieza clave en el ascenso de su hijo al trono y ejercía un poder visible e inédito para una mujer en la Roma antigua.
Desde los primeros años del reinado de Nerón, Agripina actuó como una gobernante de facto. Su imagen apareció en monedas, participó en ceremonias oficiales y tuvo influencia directa en asuntos de Estado. Sin embargo, con el tiempo, su poder se volvió incómodo para el joven emperador, que buscaba gobernar sin tutelas y proyectar una imagen distinta, más cercana al pueblo y al arte.
El conflicto se intensificó cuando Nerón inició una relación con Poppea Sabina, quien también veía en Agripina un obstáculo. A esto se sumaron rumores de conspiración, según los cuales Agripina planeaba restaurar en el trono a Británico, el hijo biológico del anterior emperador Claudio.
Ante este escenario, Nerón intentó primero asesinar a su madre mediante un barco diseñado para hundirse, pero el plan falló. Agripina sobrevivió. Poco después, el emperador ordenó que soldados la mataran en su villa. El crimen fue justificado públicamente como un intento de defensa frente a una supuesta traición, pero nadie en Roma creyó esa versión.
Nerón no ocultó el asesinato. Por el contrario, lo integró a su estrategia política, comparándose con figuras míticas como Orestes, el personaje trágico que también mató a su madre. La teatralidad fue parte del mensaje: el emperador no solo gobernaba, sino que representaba su poder como un espectáculo.
El asesinato de Agripina fue un punto de quiebre. Eliminó el último control sobre Nerón y envió un mensaje claro a Roma: el emperador estaba dispuesto a romper cualquier límite para consolidar su autoridad.
Años después, la figura de Nerón fue condenada por el Senado y denigrada por historiadores como Suetonio y Tácito. Sin embargo, el crimen de Agripina quedó como uno de los episodios más recordados del Imperio Romano, símbolo del uso del terror como herramienta de gobierno y del papel de la propaganda en la construcción del poder.
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