En el vasto universo de la lectura, hay historias que nos conectan profundamente con la vida y experiencias de los demás. Un claro ejemplo lo encontramos en la vida de una apasionada lectora, cuyo amor por los libros perduró hasta sus últimos días. Desde su infancia, donde disfrutaba de clases de lectura en voz alta y en silencio, hasta su establecimiento como abogada, encontró en la literatura un refugio y un medio de conexión.
Durante su vida, acumuló una pequeña pero significativa biblioteca, repleta de primeras ediciones de obras icónicas de los años 60 y 70, como Cien años de soledad y La casa en la playa. Estas obras no solo eran libros, sino compañeros de viaje que la acompañaron y enriquecieron su vida, incluso cuando la degeneración de la mácula la privó de la lectura visual. En su lugar, la llegada de los audiolibros se transformó en una nueva forma de experimentar la literatura; estos le permitieron disfrutar de novelas y cuentos, explorando historias que la transportaban a otros mundos.
A pesar de los retos que enfrentó, nunca perdió su interés por el acontecer mundial. Su compromiso con la justicia y el estado de derecho la impulsó a participar en manifestaciones, desafiando la idea de que su edad la excluía de participar en el debate público. Mantuvo una perspectiva activa, deseando estar informada sobre las injusticias y los problemas actuales en el país.
Escuchar libros se convirtió en una terapia; lograba sumergirse en relatos que le ofrecían una desconexión temporal del complejo panorama de la sociedad. Autores contemporáneos como Javier Cercas y Elena Ferrante, junto con clásicos que la marcaron, formaron parte de su repertorio literario, y su capacidad de disfrutar historias de diferentes géneros la mantenía intelectual y emocionalmente vital.
Un aspecto notable de su vida fue su crítica hacia los lectores que, a su juicio, no sabían dramatizar adecuadamente las historias en voz alta. Consideraba que la técnica de lectura, especialmente para audiolibros, era casi tan vital como la narrativa en sí misma, subrayando la importancia de cada matiz y cadencia en la narración.
En sus últimos días, mientras navegaba la obra El loco de Dios en el fin del mundo de Cercas, su interés en la conversación y el intercambio de recuerdos se volvía más apreciable. Aunque el mundo exterior comenzó a desvanecerse, su amor por las historias y las memorias compartidas permaneció como una chispa que iluminaba su vida.
A pesar de que los avances tecnológicos a menudo marginan a aquellos con discapacidades visuales o auditivas, los audiolibros se erigieron como un puente conectándola con la cultura y la historia. En tiempos donde la educación y la diversidad son rechazadas, la literatura se reafirma como una herramienta esencial para la libertad y la participación en un mundo complejo.
Este relato sobre la vida de una lectora infatigable nos recuerda que la pasión por la lectura y el deseo de mantenerse informados son parte fundamental de nuestra humanidad, y que las historias, ya sean leídas en voz alta, en silencio o escuchadas, tienen el poder de conectarnos en un mundo en transformación.
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