En un reciente congreso agrícola celebrado en Guadalajara, Jalisco, se abordó un tema de relevancia crucial para la seguridad alimentaria: la intersección entre la producción de maíz y la disponibilidad de agua. Este evento reunió a estudiantes, productores agrícolas, académicos, empresarios y representantes del sector público, creando un espacio propicio para el debate sobre un desafío apremiante que afecta la agricultura en México.
La disponibilidad de maíz y agua se presenta como un tema crítico, especialmente ante las crecientes cifras de la población mundial y el impacto del cambio climático. En este contexto, es evidente que los recursos naturales como el agua, los suelos agrícolas y la agrobiodiversidad son limitados y están bajo creciente presión por la necesidad de alimentar a una población en expansión. La cantidad de agua en el planeta es constante, pero su demanda ha aumentado drásticamente, lo que pone en relieve la inminente crisis hídrica que enfrentará México y otros países para el año 2050.
Las estadísticas son alarmantes: la disponibilidad per cápita de agua en México ha disminuido desde 10,000 metros cúbicos en 1960, cayendo a menos de 2,000 para el 2030, justo cuando se prevé que la población alcance los 130 millones de habitantes. Con informes que indican que un de cada tres hogares no tiene acceso al agua potable, se hace urgente abordar la gestión del agua en el país.
Globalmente, el 75% del agua dulce se destina a la agricultura, y en México no es diferente. Sin embargo, se estima que se desperdicia el 40% de esta agua debido a ineficiencias en las prácticas agrícolas y la falta de tecnología adecuada. Además, se destaca que México ocupa el cuarto lugar en la extracción de agua del subsuelo, un fenómeno insostenible en el tiempo.
La huella hídrica es un indicador crítico en este análisis, mostrando la cantidad de agua requerida para la producción de distintos alimentos. Por ejemplo, producir un kilogramo de carne de res consume aproximadamente 24,415 litros de agua, frente a los 1,222 litros necesarios para el maíz. Si se optimizaran las prácticas agrícolas y se adoptara tecnología de riego adecuada, es posible producir más con menos agua.
La superficie agrícola de México se extiende por 22 millones de hectáreas, de las cuales solo 6.6 millones tienen riego, y gran parte de este se realiza mediante métodos ineficientes que desperdician hasta un 40% del agua. Es crucial incrementar la tecnificación del riego, ya que de las hectáreas irrigadas, solo 1.6 millones se encuentran altamente tecnificadas, utilizando tecnologías que permiten un uso más eficiente del agua.
La situación se torna más grave en la agricultura de secano, donde la producción depende casi exclusivamente de las lluvias, afectando especialmente a los productores más vulnerables. En términos de producción de maíz, mientras que se consumen 46.4 millones de toneladas anualmente, la producción nacional apenas alcanza los 23.1 millones, lo que obliga a importar el resto de la demanda, implicando una ‘importación’ indirecta de agua considerable.
Afrontar la escasez de agua es complejo debido a factores externos como sequías, pero se puede mejorar la gestión hídrica mediante buenas prácticas agrícolas, el incremento de riego tecnificado y una mayor conciencia sobre la importancia del ahorro de agua entre los agricultores.
La acción coordinada y la innovación en el sector agroalimentario son esenciales. Involucrar a los jóvenes en estas actividades, con un enfoque sustentable y basado en la ciencia, es clave para asegurar un futuro agrícola próspero en México. La responsabilidad compartida de todos los actores involucrados permitirá que, a pesar de los desafíos, el país pueda contener su crisis hídrica y alimentar a su población de manera responsable y eficiente.
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