Carla Fracci, la más importante bailarina italiana de la edad contemporánea y la única con una categoría indiscutida de prima ballerina assoluta, ha muerto este jueves en Milán, su ciudad natal, a los 84 años tras una larga y férrea lucha contra un cáncer devastador que llevó en silencio. La milanesa se mantuvo activa mientras tuvo fuerzas y hasta hace muy poco, cuando el francés Manuel Legris, nuevo director artístico del ballet del Teatro alla Scala de Milán, la invitó a impartir unas lecciones magistrales a sus bailarines sobre su más estilizado rol romántico: Giselle. Antes, en agosto de 2014, en la Plaza Antigua de la Catedral de Oria, había encarnado el dramático personaje de Artemisia Gentileschi en un largo ballet experimental donde demostró no solo estar en una espléndida forma física, sino su voluntad de aceptar comprometidos retos nuevos.
Un año antes, en 2013, Mondadori publicó sus memorias, Passo dopo passo, un libro rico de anécdotas y de circunstancias, pero también de verdades y de ideas. No obstante, se cuentan por decenas los libros sobre ella, y actualmente, se está rodando un biopic televisivo con su vida; dotada de esa singularidad que solo atañe a las muy grandes (Plisetskaia, Alonso, Chauviré, Fonteyn, Ulánova) Fracci también bailó hasta muy tarde, incluso más allá de lo aconsejable, irguiéndose no solamente en una enorme ballerina, sino en un modelo plástico.
Carla Fracci siempre se mostró orgullosa de sus orígenes humildes, era hija de un conductor de tranvía que amaba la música. Carla y su hermana tuvieron todas las facilidades para estudiar ballet y música. Eran tiempos áspero tras la Segunda Guerra Mundial. La menuda y ágil chiquilla de los ojos y el cabello como el carbón, se diplomó en 1954 en la Escuela del Teatro alla Scala con un primer hallazgo: encarnar la Dama de El espectro de la rosa (Fokin) apenas un años después de su graduación. Siendo apenas una solista de fila, en 1956, sustituye a Violette Verdy en La Cenicienta y en el verano siguiente, Anton Dolin la elige para participar en al reconstrucción del Grand Pas de Quatre en el Festival de Nervi junto a divas consagradas como Alicia Markova y encarnando a Fanny Cerrito, un mito italiano del siglo XIX. Y ahí, joven y pujante, hizo sus pinitos de actriz recitando nada menos que papeles shakesperianos (Titania en Sueño de una noche de verano y Ariel de La Tempestad). Su Giselle en Nueva York la consagra como gran romántica y heredera de las casi perdidas tradiciones de la gran escuela italiana, avanzada presente y al futuro de Cecchetti, Celli, Zanfretta. Las muchas vías de su talento descollaron con fuerza y éxito, y en la escena de ballet demostró una prismática asombrosa, desde todos los clásicos, pasando al moderno. El crítico de The New York Times entonces, Clive Barnes, la apodó “La Eleonora Duse de la Danza”. Cuando Castellani filma para la televisión la vida de Giuseppe Verdi, llama a Carla para el papel de Giuseppina Strepponi, y cuando Hebert Ross planea su filme sobre Nijinski y las bailarinas, no dudó que Fracci sería la estrella.
La milanesa modeló su técnica con suprema inteligencia de modo tal, que cualquier carencia era subvertida dentro de sus amplios recursos artísticos, dan siempre una imagen de solvencia y de rigor estilístico. Pocas de las grandes bailarinas del siglo XX como Fracci han tenido tantos y tan importantes ocasionales partenaires: Erik Bruhn, Rudolf Nureyev, Vladimir Vasiliev, Mario Pistoni, Mijaíl Barishnikov, Jorge Esquivel, Gheorghe Iancu, Paolo Bortoluzzi, Paul Chalmer, Antonio Gades. En cuanto a fechas señeras, sería imposible compilarlas aquí: crea en Teatro La Fenice de Venecia con John Cranko el personaje de Julieta (1958); La Bourrée fantasque (La Scala, Balanchine, 1961); La strada, Pistoni, Milán, 1966); Chèri, (Roland Petit, 1996); la reconstrucción de las danzas de Isadora Duncan (Mellicent Hodson, 1990). Béjart también creó para ella.
La prima ballerina assoluta dirigió el Ballet de la Ópera de Roma durante casi una productiva década de programas de gran calado cultural, también estuvo al mando del ballet del Teatro San Carlos en Nápoles. Se le resistió, sin embargo, la dirección del Ballet del Teatro alla Scala de Milán, y ese muy espinoso asunto coleó durante décadas con todos sus ingredientes políticos.
A Carla Fracci la sobrevive su marido, el director escénico Beppe Menegatti y su único hijo. El jefe de Estado de Italia, Sergio Mattarella, hizo público un comunicado debido al deceso de la bailarina. “Carla Fracci ha honrado a nuestro país con su elegancia y compromiso artístico”, ha declarado Mattarella, quien ha alabado “sus cualidades artísticas y humanas extraordinarias que la hicieron en una de las más grandes bailarinas clásicas de nuestro tiempo”.
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