Donald Trump se encuentra en la Casa Blanca, pero en el ámbito de la natación estadounidense, son las mujeres las que brillan con mayor fuerza. Aunque la hegemonía de Estados Unidos se mantiene, lo hace por un margen muy estrecho. En el reciente Mundial de natación en línea de Singapur, el país norteamericano alcanzó la cima del medallero no gracias a los hombres —que solo lograron un oro en una prueba individual—, sino gracias a las mujeres, quienes arrasaron con ocho oros. El último de estos triunfos se produjo en la final de relevos 4×100 m estilos, donde Regan Smith, Kate Douglass, Gretchen Walsh y Torri Huske rompieron su propio récord mundial, bajando su marca de 3m 49,63s a 3m 49,34s.
Torri Huske enfatizó su mensaje: “Esto no solo es un mensaje para el resto del mundo; es una declaración para nuestro propio equipo. Hemos enfrentado momentos difíciles, incluyendo una intoxicación colectiva que afectó a varios nadadores. Superar eso es inspirador. Este oro marca el comienzo de una racha exitosa”. Su entusiasmo resonó en la delegación estadounidense, considerando el contexto adverso que venían enfrentando.
La jornada se había iniciado con un sentimiento negativo. Ryan Lochte, destacado nadador, había compartido en Instagram un mensaje sombrío al publicar una imagen con un epitafio que decía “En memoria de la natación de Estados Unidos”. A esto se sumó Michael Phelps, reconocido como el mejor nadador de todos los tiempos, quien parecía criticar a la nueva generación de nadadores, señalando que no habían logrado superar el legado que él y Lochte establecieron.
Con el panorama sombrío, las expectativas eran bajas, especialmente tras un inicio donde la bandera estadounidense solo ondeó una vez por un oro en una prueba de menor prestigio: el relevo mixto 4×100 m libre. Históricamente, los relevos han sido la expresión más poderosa de la natación estadounidense, con una historia de éxitos que contrasta con el rendimiento actual. Hasta ese momento, los hombres solo habían obtenido un tercer lugar en el 4×100 libre y un quinto en el 4×200, mientras que las mujeres habían logrado platas en sus respectivas pruebas.
El estado del equipo cambió con la reaparición de Katie Ledecky, quien ganó oro en 1.500 y 800 metros, lo que inyectó confianza, especialmente a las nadadoras. Lilly King, una destacada atleta, envió un mensaje claro a sus críticos, expresando que, al menos por esa noche, no habían tenido mucho que decir.
El último día de competencia se perfilaba decisivo. Aunque un oro en el relevo masculino podría haber llevado a Australia a la cima del medallero, las mujeres tomaron el protagonismo en la carrera decisiva. Regan Smith, emparejada en los relevos con la mejor espaldista del mundo, perdió la final individual ante la australiana Kaylee McKeown, pero logró un sorprendente inicio, sacando ventaja significativa en la primera posta. Kate Douglass, demostrando su versatilidad al nadar estilos diferentes, amplió la ventaja en la siguiente posta. Walsh y Huske cerraron la prueba con determinación, llevando al equipo estadounidense a la victoria y asegurando su lugar en la historia de este campeonato.
Con este triunfo, las mujeres no solo salvaron el honor de la delegación, sino que también enviaron un claro mensaje de resiliencia y coraje al mundo.
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